viernes, 23 de agosto de 2013

El pastelero de Madrigal

Vista de Madrigal de las Altas Torres
Hay pueblos que por su nombre ya evocan su rango, como Madrigal de las Altas Torres. Villa amurallada en la Moraña de abulense, conserva aún 23 de sus más de 100 altas torres y sus 4 puertas, sus iglesias, entre la que destaca la de San Nicolás, con una torre de 40 metros, y el palacio de Juan II donde nació la reina Isabel la Católica, hoy convento de las Agustinas. Un conocido de Ávila, de nombre Gabriel, suele presentarse como el pastelero de Madrigal, evocando al personaje que vivió en tiempos de Felipe II, Gabriel de Espinosa, cuya historia voy a recordar.

Convento de las Agustinas
Nuestra historia comienza en la Navidad de 1576, en Guadalupe (Cáceres) en un encuentro entre el rey de España Felipe II y su sobrino, el rey de PortugalDon Sebastián. Intentaba convencer el rey de España a su sobrino de los peligros de embarcarse en la conquista de Marruecos, entre otras cosas por no tener un heredero en el trono, pues al parecer era Don Sebastián más amante de los peligros de la milicias que de las mujeres. No sólo no consiguió su propósito Felipe II sino que accedió incluso a engrosar las filas de la expedición al norte de África con hombres y barcos.

El 4 de agosto de1578, Don Sebastián y el ejército cristiano, que incluía la flor y nata de la nobleza portuguesa, se enfrentan al ejército bereber en Alcazarquivir sufriendo una estrepitosa derrota. En la batalla, también conocida como “Batalla de los tres Reyes” muere Don Sebastián así como los dos reyes musulmanes que participaron en ella. Según algunas fuentes los nobles portugueses capturados reconocieron el cuerpo sin vida de su rey. Días después llegó la noticia a la corte de Madrid sumiendo en una profunda tristeza a Felipe II. Se eligió sucesor al tío abuelo de Don Sebastián, el cardenal Enrique, de 67 años, sordo, casi ciego y enfermo de tuberculosis. En espera de un desenlace fatal se apremió al anciano para que designara un sucesor. Muere en enero 1580, sin designarlo. A partir de entonces los pretendientes directos eran Felipe II, rey de España y  Antonio, prior del convento de Crato, sobrino de Enrique. Felipe II reclamará el trono portugués porque le correspondía en justicia.

Iglesia de San Nicolás
Para alcanzar su propósito Felipe II, ya antes de la muerte de Enrique, puso en marcha su poderosa maquinaria burocrática, diplomática y militar. Nombró un enviado especial a la corte portuguesa, Cristóbal de Moura, con la misión de ir captando adeptos entre la nobleza y el clero portugueses, e ir  comprando voluntades. Se hicieron alianzas entre la nobleza de ambos lados de la frontera desde Galicia a Andalucía. Armó una flota al mando de Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz, y formó un ejército de 47.000 hombres, la mitad españoles y la otra mitad alemanes e italianos a las órdenes del un anciano Duque de Alba con 73 años. La opción militar era la última deseada por Felipe IIsobre todo vistos los resultados e impopularidad alcanzados en Flandesaunque como argumentara el enviado Moura al propio rey: “tengo grande esperanza que con tener a punto las espadas no ha de menester echar mano a ninguna”.

Mientras, el pretendiente y prior de Crato fue proclamado Antonio I, rey de Portugal con el apoyo de numerosos portugueses. Los tercios cruzaban la frontera prácticamente sin resistencia y la armada se plantaba frente a Lisboa donde hubo una feroz resistencia. Antonio tuvo que huir hacia el norte siendo rescatado por un navío inglés que lo llevó a las Azores. El 12 de septiembre, nueve meses después de la muerte de Enrique, es aclamado Felipe II rey de Portugal. En 1582 se traerán los restos casi sin identificar de Don Sebastián y se le dan sepultura en los Jerónimos de Belém en presencia de Felipe II.

Puerta de Peñaranda
Entre los portugueses comenzó a correr la leyenda de que el desaparecido rey Don Sebastián no había muerto y que regresaría tras 7 años de penitencia. A partir de 1585 aparecieron varios sebastianes, lo que se llamó el Sebastianismo, que alimentaron las esperanzas de los seguidores de Antonio de Crato de restituir a un portugués en el trono. El más celebrado de estos sebastianes fue Gabriel de Espinosa, que apareció en 1594, conocido como el Pastelero de Madrigal. La trama, al parecer, fue urdida por el cura portugués, Miguel Dos Santos, que creyó ver en Espinosa al desaparecido Don Sebastián, y así lo aseguró hasta el mismo día de su muerte. Probablemente el asunto se hubiese despachado con rapidez de no haber estado implicada doña Ana de Austria, sobrina de Felipe II.


En Madrigal, el fraile portugués Dos Santos, que había sido confesor de Don Sebastián y conocía cosas que por su condición que sólo él sabía, creyó reconocer en el pastelero al rey. El fraile ganó la confianza de Ana de Austria , sobrina del rey que vivía en el convento de las Agustinas. La sobrina del rey tenía 26 años; era hija ilegítima de Juan de Austria, y por tanto prima de Don Sebastián. El fraile presentó al pastelero a la joven, asegurando que era su primo y que ambos, destinados a casarse, restaurarían en el trono portugués a Don Sebastián y que el mismo Felipe II no tendría reparo alguno al reconocer de nuevo en la persona del pastelero a su sobrino. El pastelero fue presentado a varios nobles portugueses y enseguida recibió el apoyo de Antonio de Crato, Antonio Pérez y Enrique IV de Francia.

Como parte de la trama, Espinosa recibió de Ana joyas que, una vez vendidas, aportarían fondos a la causa. Con las joyas en su poder marchó Espinosa a Valladolid pero antes de venderlas, el incauto, se las enseñó a una mujerzuela que al verlas creyó que eran robadas. Por miedo a ser tomada por cómplice, denunció a Espinosa ante el Alcalde de Valladolid, don Rodrigo de Santillana. Éste, tras registrar los bienes de Espinosa, encontró cartas de Dª Ana de Austria y del fraile Miguel Dos Santos y en las que se le trataba de “Majestad” comenzando con ello averiguaciones sobre la visita de los nobles portugueses. Interrogado por el origen de las alhajas Espinosa dijo que las había recibido de Dª Ana. El alcalde Santillana viajó a Madrigal para interrogar a la de Austria quién respondió reconocer en Espinosa al desaparecido como Don Sebastián y le apremió a dejarlo libre si no quería ser objeto de su ira. El alcalde, lejos de amedrentarse, puso en conocimiento de la Corte el asunto recibiendo como respuesta que continuase sus averiguaciones.

La postura de Espinosa, en constante contradicción y ambigüedad, ya confesaba ser un alto personaje, ya un simple pastelero, de modales refinados y cultos, confundieron al alcalde y a los jueces que llegaron a creer que si bien Espinosa no era rey, sin duda debía ser un gran personaje. Desde la Corte, para poner fin a tanta dilación, se ordenó dar tormento a los detenidos y al cabo confesó Espinosa su impostura. Natural de Toledo, tejedor de oficio, a causa de una muerte anduvo huido por Portugal de donde volvió en 1590 con mujer y una hija, llegando a Madrigal donde ejercía de pastelero. No obstante, tan metido debía estar en su personaje que hasta el mismo momento de su muerte no dejó de mostrarse ambiguo en su identidad.

Puerta de Cantalapiedra
Tras diez meses de proceso, el 1 de agosto de 1595, Espinosa fue condenado a la horca por conspirador y usurpador, siendo ahorcado, decapitado y descuartizado; su cabeza fue expuesta en una pica frente al ayuntamiento de Madrigal y sus miembros expuestos en cada una de las cuatro puertas de la villa. El fraile Miguel Dos Santos corrió la misma suerte, aunque fue ajusticiado en la plaza Mayor de Madrid, su cabeza fue enviada a Madrigal para ser exhibida también en una pica en el ayuntamiento. Dª Ana de Austria fue recluida en estricta clausura en un convento de Ávila. Muerto Felipe II, sucesor Felipe III perdonó a Dª Ana y la restituyó en el convento de las Agustinas de Madrigal.

Para esta historia podéis consultar más detenidamente las entradas de los blog:
y los siguientes libros:
Los usurpadores, Ayala, Francisco, Alianza Editorial, 1988
Los Austrias Mayores y la culminación del Imperio (1516-1598), Fernández Álvarez, Manuel y Díaz Medina, Ana, Ed. Gredos, 1987
Felipe de España, Kamen, Henry, Siglo XXI, 1997
Vida íntima de los Austria, Díaz-Plaja, Fernando, Edaf, 1991
Madrigal de las Altas Torres, cuna de Isabel la Católica, Moreno y Rodrigo, Román, Ed. Medrano, 1949
Traidor, inconfeso y mártir, Zorrilla, José. Prólogo de la edición de Ricardo Senabre, Cátedra, 1990

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