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sábado, 12 de diciembre de 2015

Maria Antonia García de la Vega: Memorandum Natura


Al abrir al azar el libro de María Antonia García de la Vega, su espléndido Memorandum Natura, se puede leer en el reverso de una de sus fotografías, como si fuese un resumen de esa imagen, un poema de Walt Whitman que el último verso dice: Los poemas verdaderos (los que llamamos poema no son sino imágenes). Esta es la sensación, la primera y sincera que el libro ha dejado en mi retina, y luego ha dejado en mí una especie de melancólico recuerdo, tan dulce como difícil de expresar. Y a las fotografías les acompaña la lectura de un texto de Virginia de la Cruz que viene a ser, una sutil transposición de la imagen a la palabra, "una poesía del instante..." escribe, e invita al lector a sumergirse en la profundidad de unas imágenes que, como un sueño reciente, nos parece haber vivido antes, en otro momento, con otra luz y con otros personajes.

Yo creía recordar esos paisajes, los árboles, los helechos, la tierra mullida y húmeda sobre la que descansan troncos caídos, algunos cortados al pie del camino, en los que aún crece el musgo y aún desprenden, llorosos, resina como lágrimas de ámbar; y aún puedo ver el sendero serpentear suave e introducirse en la fronda del bosque, en la selva de hayas y abetos, y oír lenguaje el agua, siempre el agua, serena, remansada, silenciosa o en violenta en cascada, arremolinándose en un estruendo que apaga y amortigua el canto de las aves y nutre la intensa vida que pasa, casi siempre, inadvertida y secreta en el bosque. El bosque, "la fraga -escribe Wenceslao Fernandez Flórez en su Bosque animado- es un tapiz de vida apretado contra las arrugas de la tierra; en sus cuevas se hunde, en sus cerros se eleva, en sus llanos se iguala".

Y siguiendo el libro, página a página, trepar la cuesta suave, arropada por una pared de piedra que a trechos es sólo tierra que deja al aire las raíces de las hayas. Más adelante se pierden de vista los acompañantes, vivos aún en el recuerdo, en la siguiente página, y entonces el lector, que atento se desliza entre las imágenes, sabe que estuvo allí, en Valsaín, en Sintra, y bordeando la ribera del Urraderra donde sumergió la mirada en las aguas de fondo azulado mientras la bruma se elevaba sobre el hayedo en llovizna mansa, Y también estuvo en la Selva de Irati , también junto al río que salta entre las rocas y hace callar a los excursionistas que posaban en la orilla. Entonces surge un fotógrafo que, como si de un ritual se tratase, monta el trípode, sobre él la cámara y enfoca a ras del suelo, meticuloso, ajeno a la mirada curiosa de los excursionistas, el musgo que tapiza la roca y del que se desprende una gota de agua que resbalaba lenta, muy lenta, para precipitarse a un vacío casi inexistente, apenas se oye el disparo de la cámara, el obturador se abre y se cierra perezoso atrapando el cambio de luz que provoca el rayo que penetra la espesura de las copas de los árboles para caer indeleble en la minúscula gota de agua,

Son esas imágenes, esa poesía la que rescata en su Memorandum Natura, María Antonia García de la Vega. Sus imágenes son nuestros recuerdos, nuestras sensaciones, son un viaje al pasado que el lector hace a través de otros ojos, de otros instantes que se suceden hasta la última página; experiencias que pervivirán aún después de cerrar el libro, cuando el lector cansado intente retener la última imagen, y como la historia del abuelo de José Saramago, quiera abrazar cada árbol de su huerto el día que descubrió que ya no los volvería a ver, porque la vida, como los sueños, se agota. Pero al libro, a nuestro libro, a nuestro Memorandum Natura volveremos sin dejarlo a penas dormitar sobre el escritorio o en un estante para no olvidar nuestros recuerdos y, al volver a abrirlo, acompañarnos de nuevo con otros versos de Walt Whitman que descansan a su lado: Vagando el día entero me pierdo en el bosque, ...



Memorandum Natura, de María Antonia García de la Vega, Autoedición, Madrid 2015.
Las fotografías que ilustran esta entrada las he tomado del libro por lo que espero que el lector sepa disculpar su calidad.

viernes, 21 de marzo de 2014

Miguel Bergasa: Mennonitas


Miguel me animó a preguntarle sobre cualquier aspecto de las series de fotografías que había hecho, y quizá esperó que le hiciese una pregunta sobre la peculiaridad de estas personas que se obstinan en vivir al margen del aparente progreso y bienestar que creemos vivir en nuestra sociedad. Le pregunté por esa fotografía en la que se veía un almacén, o un granero de madera, lleno de personas sentadas que parecían rezar, cabizbajas, en orden jerárquico, las mujeres frente a los hombres, los sombreros colgados en las vigas de madera y, en frente, lo que parece un tribunal. Es una composición propia para un estudio perfecto de perspectivas: líneas rectas, paralelas y diagonales de una armonía perfecta.  Es lo primero que me llamó la atención de la exposición Mennonitas, de Miguel Bergasa, y más allá de la técnica innegable como fotógrafo, su maestría para captar la esencia del retratado, la composición y la naturalidad de los personajes.


"Es un funeral; están rezando y ahí en medio -señala el centro de la fotografía- está el féretro de un niño. Está toda la comunidad, pero dentro del templo, de la iglesia, no estaba permitido hacer fotografías. El momento era tan intenso que me negaba a no retratarlo, así que me salí y desde la puerta, desde fuera, sin contravenir sus indicaciones, tomé la fotografía".

Asombra ver los rostros risueños de los niños y el gesto grave de los adultos. No tienen nada que ocultar, miran con franqueza, con ojos claros y expresión amable, con la serenidad que da un espíritu en paz consigo mismo. Allí está retratada la familia, los niños y las niñas, cada cual en su escuela, el médico, los coches de caballos circulando por caminos embarrados, la vida cotidiana en torno a un solo libro, "leen la Biblia, con monótona letanía", los adultos sentados en la puerta de la casa, la comida en familia y los sombreros como seña de identidad; todo en perfecto orden.


Cuenta Miguel que en su último viaje a la comunidad ya tenían electricidad y que los niños tenían un pequeño cassette con música. Nos paramos frente a una fotografía en la que un niño aparece sentado en un sillón de barbero y junto a él un hombre con traje. Ambos miran a la cámara. Detrás de ellos hay un cartel, el retrato del dictador Stroessner, con un mensaje "...años de paz y progreso". "No es el barbero, es el médico y todo lo que tiene para curar es eso que ves en la fotografía, prácticamente nada. Tienen un índice de mortalidad infantil altísimo".


Justo en frente hay una fotografía de una arboleda con las casas de madera al fondo, y en el centro un niño descalzo en un columpio que se destaca entre un juego de claroscuros y las sombras alargadas de los árboles. De la calle llega el rumor de un corro que comenta la historia de estos nómadas, cristianos errantes y fervorosos pacifistas, aislados en sus creencias y forma de vida en Nuevo Durango, Paraguay; pero ésa es una historia más sencilla de narrar.


Mennonitas de Miguel Bergasa, en EspacioFoto, en calle Viriato, 53 de Madrid, hasta el 30 de abril de 2014.


MIRADAS EN LATINOAMÉRICA


Hace casi dos semanas que inauguró Miguel Bergasa su exposición Miradas en Latinoamérica en la galería EspacioFoto. Vi el montaje de la exposición y unos días después la muestra completa pero no puede estar en la inauguración. He repetido alguna vez la frase de uno de los fotógrafos con quien suelo coincidir en esta sala, Ángel López-Soto, para quien las obras deben provocar sensaciones en las ve; y si no las provocan no es que la obra sea mala ni buena, sencillamente se ignora. En este sentido la obra de Miguel Bergasa es un cúmulo de sensaciones, tan intensas y sorprendentes que, en sentido literal, hechizan y apasionan al espectador, y quizá sea por la carga humana que se desprenden de ellas.. Y nada mejor que, aunque sea una paradoja, haber faltado al estreno de la exposición porque la percepción de estas sensaciones en la íntima soledad del espectador me ha hecho ver las fotografías de una forma sosegada, y como en una metáfora, me ha permitido penetrar a través de sus miradas al alma de los protagonistas.


Al principio tomé la muestra como un viaje de ida y vuelta a través de esas miradas que nos sugiere el título. Las miradas que el espectador capta en los personajes, en ocasiones con una intensidad tal que se sorprende uno ante la imposibilidad de mantener la mirada al personaje. Este es el primer paso para introducirse en la exposición, reconocer no solo la belleza de las imágenes y su perfección técnica, sino la carga humana que desprende la sencillez de los protagonistas para luego poder iniciar el viaje de vuelta a través del territorio, la sociedad y los lugares donde se mueven y conviven estos personajes.


Quizá juegue con cierta ventaja sobre los espectadores que no vieron la anterior exposición de Miguel BergasaMennonitas, donde no sólo descubrí esa sensación de la existencia real del retratado y su entorno, sino que incluso, aunque de forma indirecta, conocí al propio protagonista. Entonces descubrí que al contrario de otras exposiciones, sus fotografía no son producto de un proceso técnico, ni pretenden por ejemplo exaltar la luz o el color si lo tuviese, sino que quien interesa en realidad es el personaje, el verdadero protagonista de cada imagen: el marinero apoyado en la frágil barandilla de la borda oxidada de un barco; los vaqueros armados y embarrados de una sencillez extraordinaria o el grupo de niños en la ribera del río o del lago que miran como sólo los niños miran con ojos claros y mirada pura; esto por citar sólo las imágenes del catálogo de presentación. Todos tienen en común esas miradas claras y sinceras de personajes que no buscan protagonismo en su pose sino que dejan translucir a través de ellas lo que son, hombres y niños, sus vidas y su entorno.


Este es el misterio que se desprende de estos protagonistas tan anónimos como reales, que se repite sucesivamente en el grupo de escolares y el maestro en una escuela rural donde, ni en la profundidad del aula, se pierde la intensidad de la mirada del último niño, tan intensa como la de la adolescente del primer plano. Tal vez sea ésta una de las fotografías más atractivas, tal vez en la que más tiempo me he parado, pero hay también otra en la sala que transmite este diálogo entre los personajes y su entorno, la de una pareja sentada frente a tres jarras de barro. Están en una estancia de techos tan altos que los empequeñece; la pared manchada, del techo cuelga una bombilla moderna sin lámpara, a su lado una silla sin parte del respaldo y tres carteles publicitarios como decoración de la escena; y queda aún una obra en la que Bergasa se permite prescindir de los personajes y capta sólo su esencia a través del retrato del héroe, el familiar o el ídolo que los representa y con quien se identifican.

Una vez presentados los personajes, personas sencillas en lugares sencillos, las miradas nos trasladan al espacio en  donde desarrollan sus vidas: el altiplano y el minero que extrae un bloque de sal; el patio del colegio donde unos niños juegan a la pelota; el paisaje del río que corta el plano por la mitad donde la selva y las palmeras se reflejadas en el agua aparentemente remansada; la soledad dibujada en la figura del adolescente que practica boxeo; en la quietud de un caballo que pastan junto a los restos de una fábrica de ladrillo que hace tiempo dejó de funcionar, y como antagonistas de la pareja que posaba en la sala de techo alto que veíamos antes, un grupo de camareras que sonríen tras la barra de un bar en la que se puede leer "Viva nuestra revolución socialista"; y el grupo de chicos de elegante gravedad que contrasta con la mirada fugaz de la mujer que pasa frente a un ídolo pagano que parece vigilar la calle desde un ventanal.


Y de nuevo volvemos al inicio de la exposición, al centro de la sala, para ver el conjunto y confundir nuestra mirada con la mirada de los personajes, para sentirlos todos vivos, dueños cada uno de si y de su entorno. Entonces ya no es necesario cerrar los ojos ni preciso concentrar la mirada en de ellos para comprender, y entender si cabe, la compleja sencillez con la que estas imágenes nos atrapan. Y tan sólo me queda, para completar este recorrido, copiar un párrafo del catálogo: "Miguel Bergasa tamiza este íntimo artificio de la mirilla y el espejo. Coloca a sus personajes frontalmente, posando solemnes o naturales, observando directamente al ojo que los convierte en figuras. Hombres y mujeres callados se enfrentan al fotógrafo desde el otro lado de la escena y le sostienen, por un instante y para siempre, la mirada". Ticio Escobar (Asunción Paraguay). La mirada sencilla y formidable que nos ofrece de Latinoamérica un magistral Miguel Bergasa.


Miradas en Latinoamérica, de Miguel Bergasa, en la galería EspacioFoto, en calle Viritato, 53 de Madrid; se desarrolla dentro del evento PhotoEspaña2015 y es un recorrido por el archivo fotográfico del autor desde 1983, cuando inicia sus viajes a Lastinoamérica y que ha continuado de forma regular hasta la actualidad, visitando Paraguay, BoliviaBrasil, PerúEcuador, CubaChileUruguay, Panamá y México, Hasta el 31 de julio de 2015.