La de Mingorría es una biblioteca que se fundó gracias a la labor de las Misiones Pedagógicas. En un mueble
aparte, junto a la mesa del bibliotecario están (estaban) los ejemplares sobrevivientes
que sirvieron para iniciar esa biblioteca. Estos libros, y con buen criterio
del bibliotecario, sólo se prestan para ser leídos en la sala y no se pueden
sacar de la propia biblioteca. Hace unos veranos, como todas las tardes aún, solía ir a la
biblioteca para leer y tomar notas, charlar con los asiduos y echarle un vistazo la
prensa del día. Una tarde, mirando esta colección, me fijé en un ejemplar: Pedro Antonio de Alarcón
– Viajes
por España. Como no podía llevarme el libro, decidí leerlo allí quitándole tiempo a los
ratos de las charlas. El libro comienza con una Visita
al Monasterio de Yuste y
sigue con Dos días en Salamanca. El viaje a Salamanca lo hace Alarcón porque se acababa de inaugurar el último tramo
de la línea de ferrocarril de Medina del Campo a Salamanca en 1877.
Alarcón, que confiesa admirador de la arquitectura
renacentista, va relatando el mérito arquitectónico de los edificios
salmantinos: Plaza Mayor, Casa de las Conchas, Universidad, hasta llegar a uno de ellos, la Casa
de las Batallas en la que se para a narrar, no el estilo ni el mérito
artístico del edificio, sino la historia de los sucesos que ocurrieron allí y
que a modo de recordatorio inscribieron en el arco de la puerta de la casa Ira
odium generat, Concordia nutrit amoren. Esta es la historia de Dª María Rodríguez conocida como La
Brava.
M. Villar en su historia la llama María de Monroy, hija de Hernan Rodríguez de Monroy e Isabel de Almaráz, que "casó en Salamanca con un caballero que se llamaba Enrique Enríquez de Sevilla, señor de Villalba, y como este muriese, y quedose doña María harto moza y hermosa, y quedase con dos hijos y una hija, supo dar buena cuenta de sí, que fué ejemplo maravilloso de vida". Uno de los hijos, Pedro, tenía diecinueve años y el otro, Luis, dieciocho cuando ocurrieron los hechos que narramos. Estos Enriquez tomaron estrecha amistad con otros dos hermanos de la ciudad que llamaban los Manzanos (Gómez y Alonso).
La historia que vamos a narrar dividió Salamanca
en dos bandos de rivalidad feroz, “dos bandos encabezados por los de San Benito
y el de Santo Tomé, una situación que durante más de cuarenta años
ensangrentará Salamanca, “gran trabajo e muertes de hombres e otros assaz
grandes males, que por causa de los vandos nuevamente en Salamanca avían
recrecida”. Todo comenzó en 1465, durante un juego de pelota en el que
dos hermanos de una familia noble, los Manzano, mantuvieron una refriega
con otros dos hermanos, muy amigos suyos, de la familia de los Monroy
o Enríquez,
a los que mataron. Según unas fuentes primero fue muerto uno de los hermanos y
después mataron al otro para evitar su venganza. Los cuerpos de los dos jóvenes
muertos fueron llevados ante su madre, doña María Rodríguez quien no
mostró dolor por el suceso, sino más bien temor. No lloró, se limitó a lavar
los cuerpos de sus hijos y a darles sepultura. Mientras, los hermanos asesinos huyeron
a Portugal para evitar a la
justicia. Doña María formó un pequeño séquito de criados y escuderos y se
marchó rumbo a Villalba, de donde era señora, dando a
entender que su partida era por temor. Cuando se hubo alejado de la ciudad
convocó a los suyos y les confesó que no huía por temor, sino por venganza, que
cambiaban de rumbo y se dirigirían a buscar a los asesinos de sus dos hijos. Conjurándose
con sus criados tomó rumbo a Portugal.
Cuentan que fue en Viseo, una noche en una fonda, donde se encontraban a los huidos. Después de derribar la puerta
entraron en la fonda y ejecutaron la venganza. Sea dónde y cómo fuese, unos días después entró doña
María en Salamanca con buen
ánimo y terrible disposición al frente de su comitiva. Enarbolaba dos picas con
las cabezas de los dos Manzano clavadas en cada una de
ellas, “y a guisa de ofrenda expiatoria, más digna del altar de las Euménides
que de una tumba cristiana, las hizo rodar sobre las recientes losas que en la
iglesia de San Francisco, o de Santo Tomé, cubría los restos de sus hijos”.
Al parecer, "poco sobrevivió a esta feroz proeza, que le
valió el epíteto de Doña María la Brava". En la ciudad, como hemos dicho, dividida en dos
bandos afines a cada una de las familias, no faltaron, odios, violencia y
envenenamientos, y pasados cuarenta años se les puso fin gracias los esfuerzos
de San
Juan de Sahagún, fijándose la paz en esta casa de la calle de San Pablo, número 46,
conocida como Casa de las Batallas, actualmente en el número 7 de la plaza de
los Bandos.
Esta historia la podéis leer completa en:
Pedro Antonio de Alarcón, Viajes por España, Madrid 1883, en bibliotecavirtualdeandalucia,.es
M. Villar y Macias, Historia de Salamanca. Tomo II, Salamanca, 1887, en bibliotecadigital-jcyl.es
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