Habíamos llegado a Codorniz después de nuestra visita a la iglesia de Montuenga. Desde allí tomamos la CL-605 que nos dejaría, a tan solo 3,5 km al noreste, en nuestro próximo destino. Durante el trayecto, a la derecha, se eleva la torre de telégrafo óptico equidistante entre ambas poblaciones. Primero íbamos a visitar la iglesia parroquial que posee una potente torre campanario con restos mudéjares y, desde allí continuar a menos de un kilómetro en línea recta, hasta la torre de telegrafía óptica.
Esta visita la habíamos planificado con la breve información que nos proporcionaba la ficha de la Asociación Española de Amigos de los Castillos (AEAC) como base de nuestra investigación: "Torre de telegrafía óptica de la Línea de Castilla, edificada como un fortín por la inseguridad política y social de la época. Fue la primera línea en entrar en servicio en 1844. Diez años después ya no funcionaba y se usaba la eléctrica".
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Cara sur donde debía estar situada la puerta de acceso en altura mediante una escalera de mano |
LA TORRE
La torre de Codorniz era la número 12 de la Línea de Castilla, línea de telegrafía óptica que unía Madrid con Irún. Esta línea se iniciaba en la torre situada en el cuartel de Guardias de Corps de Madrid, actual cuartel de Conde Duque, la anterior, la número 11, situada en Martín Muñoz dista 8,60 k. al sur, y la posterior, la número 13 en Tolocirio, 10,60 km. al norte, también en la provincia de Segovia. Mediante una circular de 1844 se establecieron las normas generales a las que debían de atenerse los ingenieros para proponer los lugares de emplazamiento de las torres. La distancia entre torres debía ser de al menos dos leguas y tres leguas como máximo -la legua castellana equivale a 4.190 m-; si era posible debían estar en carreteras ya existentes; se debían situar en poblaciones evitando parajes deshabitados, que "en cualquier caso debían preferirse edificios propiedad del Estado, torres de iglesias o ermitas, castillos y casas fuertes antiguas", y "debían mantener una alineación procurando que el radio visual de la línea fuera perpendicular al frente de cada torre". En la práctica se descartó la ubicación en las torres de las iglesias porque el sonido de las campanas desajustaba los aparatos ópticos.
En el caso de la torre de Codorniz se cumplen estos requisitos, y aunque algo alejada de la población. La torre asentada en un cerro al suroeste de la población a una altitud de 914 metros, comparte ubicación con unas bodegas vecinales. Atendiendo a las características técnicas que nos ofrece la AEAC, la torre "tiene forma cuadrada, consta de tres alturas, planta baja, dos pisos y terraza donde estaba la maquinaria. En la planta baja se abrían tres aspilleras para fusilería en cada una de sus caras. La puerta de acceso estaba en alto", lo que la convertía en una fortaleza.
Según comenta Olivé el valor patrimonial de estas torres, sobre todo aquellas "que se establecían fuera de los pueblos y que hoy constituyen la única reliquia de aquella empresa y en cierto modo, eran verdaderos fuertes. Tenían la puerta de entrada situada a unos dos metros del suelo, de manera que el acceso se hiciera por medio de una escalera que se echaba desde dentro. Tenían, además, aspilleras para facilitar una posible defensa", según muestra un plano firmado por el ingeniero Mathé en noviembre de 1848.
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Base de la cara norte con zócalo de sillares de piedra caliza, la zona alamborada con tres aspilleras de fusilería e imposta sobre la que se alza el cuerpo recto. |
Montoya Beleña hace la siguiente descripción de las torres, un "modelo que se repite una y otra vez. Estas torres son de planta cuadrada, de 6,25 metros de lado y unos 10 metros de altura, y como elementos más destacados en su desarrollo se pueden citar un zócalo recto sobre el que se asientan, de 1.30 metros de altura; sobre este zócalo, se inicia un cuerpo alamborado de unos dos metros de altura, separado del tramo recto siguiente por una amplia franja de imposta que le proporciona cierta plasticidad. Sobre este ataludamiento se levanta el cuerpo recto de la torre, que se remata por una cornisa pétrea en saledizo, coronada por un antepecho que protegía la terraza donde se ubicaba el sistema óptico de comunicación, desapareciendo en todas ellas. Sus muros tienen un potente espesor de 0,80 metros".
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Parte superior en la que se aprecia desprendido el revoco el uso del ladrillo |
El grosor de los muros ha permitido que las torres perdurarán en el tiempo durante 150 años, éstos, como detalla Montoya "se construyen con mampuestos de mediano tamaño trabados con mortero de cal y arena, recurriendo al empleo de sillar y sillarejo en el zócalo o en el refuerzo de las cadenas esquinas, aristas restantes de la torre y recercado de vanos. Estaban enlucidas al exterior e interior mediante enfoscado y enjalbegado o encalado de blanco" estética que otorgaba a la torre un aspecto inconfundible a la vez que la proporción de sus medidas la dotaban del porte armonioso y elegante que regía en todas las torres del telégrafo civil, toda vez que las reaprovechadas y las militares, "se pueden hallar con plantas circulares". Las torres pudieron tener aljibe que recogía el agua de lluvia y zona de almacenamiento en el hueco del zócalo.
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Camino de acceso a la torre y entradas a las bodegas vecinales |
CIRCUNSTANCIAS HISTÓRICAS
El telégrafo óptico nace con clara vocación militar y de servicio al poder establecido, por esta circunstancia su estructura y personal de servicio serán militares recién licenciados de la Primera Guerra Carlista, a los que se proveerá de un Reglamento. La época, convulsa política y socialmente, precisaba una red segura y de información rápida y fiable que demandaban las guerras carlistas y un medio de uso exclusivo del gobierno. La Primera Guerra Carlista había terminado en 1840 y aún se mantenían, sobre todo en el norte del país, las tensiones propias de la contienda. En 1844 el director general de Caminos, Puertos y Faros, el ingeniero militar Manuel Valera, encarga al coronel del Estado Mayor, José María Mathé la construcción de las líneas de telégrafo óptico que "eran pequeñas fortalezas sobre las que se soportaría una robusta red que transmitiría "a toda costa" lo que hubiere de transmitir" (Carrillo).
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Grafitis evocando a los quintos en el revoco de la torre junto a las aspilleras |
Aunque las torres seguían un modelo común, debieron adaptarse a la singularidad del terreno y de uso. Las torres de la Línea de Cataluña (Madrid-Valencia-Barcelona-La Junquera) carecían de vanos es las caras Norte y Sur y mantenían abiertos los de las caras Este y Oeste que coincidían con el sentido de la transmisión de la línea. En 1846 tras estallar la llamada Segunda Guerra Carlista también conocida como de los Matiners o campaña Montemolinista, que se circunscribió casi en exclusiva a la zona de Cataluña, el conflicto debió afectar a la defensa de las torres en la región puesto que se debieron proteger, en algunos casos, con fosos.
A mediados de 1855, como habíamos comentado al principio, dejó de presentar servicio la línea óptica de Irún sustituyendo el servicio por la telegrafía eléctrica, permaneciendo, aunque con variaciones, su uso sobre todo al servicios de la Marina.
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Panorámica de la zona sur desde la torre. Al seleccionar la ubicación de las torres debían evitar zonas de niebla que dificultaran la visión entre torres |
Para esta entrada he consultado la siguiente documentación:
Asociación Española de Amigos de los Castillos, Codorniz, Torre del telégrafo, en castillosdeespaña.es
Carrillo de Albornoz y Carreño, Juan, Manuel Valera y Limia, ficha de la Real Academia de la Historia en Historia-Hispánica.rah.es/biografías.
Montoya Beleña, Santiago, Las torres del telégrafo óptico en la Comunidad Valenciana: una realidad olvidada en el patrimonio de las Obras Públicas, Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, Valencia.
Olivé Roig, Sebastián, Historia de la telegrafía óptica en España, Ministerio de Transporte, Turismo y Comunicaciones, Madrid 1990
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