Llegamos a Sequeros el domingo 8 de abril, sobre las siete de la tarde. Habíamos salido de Miranda del Castañar; desde allí nos indicaron un camino rural que nos evitaría dar un largo rodeo y nos llevaría hasta Villanueva del Conde, muy cerca de nuestro destino y, sin saberlo, lugar donde se desarrolla nuestra historia. En Sequeros sólo vimos un hombre joven a la entrada del pueblo; la tarde estaba lluviosa y apetecía poco recorrer las calles desiertas bajo el agua. En Sequeros se había rodado una película, El Nido, en 1980, que le había dado cierta fama al pueblo. Hicimos nuestro recorrido, vimos la plaza y su iglesia casi sin bajarnos del coche y pronto buscamos la salida. Volvimos a encontrar al mismo hombre joven que nos indicó una plaza de toros y el teso, un promontorio, desde el que se ve una extensa panorámica de las sierras de Francia y Béjar. La panorámica era espectacular, desde allí pudimos ver algunos pueblos que parecían dibujados entre las sombras de los nubarrones y los claros que dejaban pasar una luz tenue y algún rayo del sol. A nuestra derecha se veían correr cortinas de lluvia que parecían venir a nuestro encuentro. En el teso hay una cruz y un árbol, un tejo me pareció, los restos de un olmo caído y junto a ellos una cartela de información.
Según la cartela nos encontrábamos en el Teso de la Cabezuela o Mirador de la Cruz, un lugar bucólico que en su día cautivó al director de cine Jaime de Armiñán para rodar su película, aunque el lugar escondía una historia, según el texto, no tan bucólica: frente a la cruz se ejecutaban las sentencias del juez de Sequeros, entre ellas, la más recordada, la de Juan Alonso, a quien un día de 1845, a las once de la mañana se dio garrote vil por haber asesinado en despoblado a una mujer casada. Noté cierto vacío en el ánimo, el texto no acompañaba en absoluto al panorama sombrío de espesos nubarrones que se abría en el horizonte, y con esa desazón que la inmensidad de la naturaleza ejerce sobre la soledad de las personas y la quietud que la muerte envuelve al alma, comenzó a llover con fuerza. Corrimos hacia el coche a refugiarnos de la lluvia y, ya sin parar, tomamos la carretera dirección norte, hacia Tamames, bajo un intenso aguacero.
El recuerdo de aquella escena me persiguió durante varios días. Decidí buscar, y me costó cierto trabajo encontrar el relato que llevó a Juan Alonso a este trágico desenlace, y la no menos trágica historia que lo condujo hasta allí; lo encontré entre los periódicos de la época. Comencé a leer sin orden, de manera compulsiva, las crónicas que trataban el crimen, según las iba encontrando, de la misma forma las reproduzco ahora que, aunque desordenadas, dan cuenta de la crónica del asesinato de María González.
La primera lectura que hice de la noticia fue en El Heraldo de Madrid de 30 de septiembre de 1845, en una crónica desde Valladolid. En ella se hacía una reflexión que bien podemos aún hoy tener en cuenta: Hace un año que casi mensualmente se levanta un patíbulo en el distrito de esta audiencia, habiendo sufrido en él diferentes reos la pena a que se habían hecho acreedores, y como si estos episodios terribles de la vida humana alentasen lejos de contener a los criminales, en nada disminuyen los crímenes atroces que se cometían. Sugiérenos estas reflexiones las diversas causas cuyas vistas hemos presenciado en las dos semanas anteriores.
En una de estas vistas, se falló la causa contra don Juan Alonso de Villanueva del Conde, partido de Sequeros. Se le acusaba de haber matado a la joven María González, que recibió once puñaladas, nueve de ellas mortales. El inferior le condenó a muerte que había de sufrir en Sequeros, y la sala ha confirmado esta sentencia, disponiendo que la ejecución se verifique en Salamanca donde se halla preso. Esta variación parece que causa una nueva instancia.
El 9 de noviembre publicaba el mismo periódico, una crónica con fecha del 5. Anunciaba que ese mismo día, desde Valladolid, sale para Sequeros el verdugo a ejecutar la justicia de Juan Alonso vecino, de Villanueva acusado de conato de violencia y muerte a la joven María González. La ferocidad de este hombre ha llegado al punto de estar muchos días con centinelas de vista.
El 12 de noviembre, El Español, en crónica de Salamanca del día 8 informaba que el día anterior, a las seis y media de la mañana salió de ésta, y custodiado por ocho guardias civiles, el reo Alonso, de Villanueva del Conde, partido de Sequeros. Le conducen a este último pueblo para sufrir la pena de muerte en garrote vil, por haber muerto a la joven María González, dándole once puñaladas, las nueve mortales. El verdugo de Castilla la Vieja encargado de ejecutar la justicia, llegó el jueves acompañado de un alguacil de la audiencia de Valladolid, y con la escolta de tres soldados de caballería. Salió también ayer para Sequero, que es donde deberá cumplir con la ejecución de la pena, a fin de dar su merecido a la justicia.
El crimen y su resolución lo narra El Español en la edición del 17 de junio, sección Tribunales con el titulo Causa notable seguida en el Juzgado de primera Instancia del Partido de Sequeros.
En el Juzgado de Sequeros debe haberse celebrado en uno de estos días en la sala de audiencia la célebre causa instruida contra Juan Alonso, vecino de Villanueva del Conde, por asesinato y violencia en la persona de María González su convecina. Terrible ha sido la sensación que ha causado en aquellos pueblos y aún en toda la provincia un hecho tan horroroso, cuyos pormenores referiremos minuciosamente cuando se nos remita el extracto de la causa, dando ahora solo una idea de lo que del sumario resulta.
El día 12 de mayo último desapareció del pueblo de Villanueva del Conde la joven María González, muger de F. de T. Practicadas por este y su familia las mas esquisitas diligencias en su busca, ningún resultado tuvieron en toda la noche del mismo día, hasta que a la hora de las siete de la mañana del 13 fue avisado el párroco, bajo sigilo de confesión, de que se hallaba el cadáver en un paraje oculto al sitio de la Roabajo, término del mismo pueblo. Comunicado el aviso por el párroco al señor alcalde Maldonado, dispuso el reconocimiento y remoción del cadáver previas las formalidades de la ley. Constituida dicha autoridad en el sitio designado, se inspeccionó el cadáver e identificado, resultó ser de la desgraciada María González, a quien examinaron los facultativos de medicina y cirugía D. Julián y D. Juan Martín. La víctima había recibido 12 puñaladas, de las cuales tres lo fueron en la garganta, dos en el pecho, dos en el estómago, dos en el vientre, y tres en los brazos. Removido el cadáver y hecha la disección anatómica, declararon dichos facultativos, que de las puñaladas del pecho una había penetrado en el corazón hasta media pulgada, siendo esencial y prontamente mortales esta y las demás recibidas en el tronco del cuerpo, por donde arrojaba sustancias alimenticias. Finalizada esta operación, se presentó el juez de primera instancia, y examinado que hubo las actuaciones, continuó los procedimientos con actividad hasta bien entrada la noche, que observando el ningún resultado que ofrecían las investigaciones, dictó una providencia que si bien era de éxito muy difícil, no por eso se detuvo en su práctica. Llevada a debido efecto produjo el de arrancar al reo de la profunda oscuridad en la que se ocultaba. Por la declaración de los facultativos se infirió que las heridas ocasionadas a la víctima en los brazos pudo recibirlas como en defensa propia, y nada más natural que el asesino hubiera a su vez recibido algún ligero golpe con la azada de que aquella iba provista para regar una heredad de su pertenencia. Para hacer esta investigación necesario era reconocer y examinar a todo el vecindario sin escepción de clases ni personas; y para verificarlo sin confusión y con regularidad, mandó que todos los vecinos concurriesen a la iglesia parroquial a las seis de la mañana del día 14, acompañados de sus hijos y criados mayores de 16 años. Situado en el pórtico de la parroquia y acompañado de todo el ayuntamiento y promotor fiscal del juzgado, pasó revista nominal a los 300 vecinos de que se compone el pueblo, y solo Juan Alonso se hizo sospechoso por su siniestro modo de presentarse, y una herida leve que tenía sobre el lado izquierdo de la nariz. Interrogado en el acto, confirmaron sus contestaciones las vehementes sospechas que su aturdimiento y palidez habían inspirado. Fue, pues, reducido a prisión incomunicado, interín se practicaron algunas diligencias referentes a su persona, y recibiéndose a seguida su declaración a inquerir, resultó que los calzones y polainas que llevaba puestos, estaban aún regados con sangre de su víctima. Al día siguiente 15 estaba completo el sumario hasta recibir la confesión del reo, que ya convicto permaneció en una obstinada negativa. El 16 se dió vista de la causa al marido y familia de la infortunada María González, y el 17 se pasó al promotor fiscal, quien en 20 pidió se ampliase el sumario a ciertos particulares, se produjeron mayores resultados que los hasta entonces obtenidos, pues se puso en evidencia el hecho, que Juan Alonso refirió a su muger cuando se presentó en su casa lleno de sangre, y ésta le preguntó la procedencia, reducido a que había preguntado a María González cuando salía del pueblo, a dónde se encaminaba, se dirigió a su encuentro, y no accediendo aquella a sus impuros deseos, la derribó en el suelo y la amenazó con una cuchilla de que iba provisto, consumando acto continuo su atroz delito, dándola doce puñaladas, la primera en el pecho. El 21 pasó segunda vez la causa al promotor, y el 26 la devolvió con la acusación de que se ha conferido traslado al reo.
Observaciones
Este proceso ofrece hechos dignos de la atención de nuestros lectores, aun alejando la vista del atroz delito consumado por Juan Alonso, que dio doce puñaladas a la infeliz María González. Es muy notable la tenaz resistencia que opuso al bárbaro intento de un agresor hasta el punto de defenderse con una azada. Es muy nuevo, y hasta dramático el acto de reunirse en la iglesia del pueblo todos los vecinos a sufrir un examen y reconocimiento que había de producir la averiguación del delincuente. Y hasta la circunstancia de verificarse la reunión de los vecinos en la iglesia, cosa que tal vez no merezca la aprobación de todos, es imponente, porque hace aquel acto más solemne y religioso. Parece que allí, en el templo, delante de Dios no podía menos de descubrirse el asesino, y que la mano de la Providencia lo designaba para que sufriese el castigo. Por último son dignas de elogio la sagacidad, la prudencia y el tino del juez de primera instancia que por este y otros medios originales ha conseguido descubrir el perpetrador del crimen, que haciéndose uso de los medios comunes y vulgares hubiera quedado impune y sin el castigo que reclaman la justicia y la sociedad ofendida.
El 14 de noviembre publica también El Español una crónica fechada en Sequeros el 9 de noviembre, crónica que La Esperanza reproduce íntegra: En la mañana de ayer ha sido puesto en capilla el reo Juan Alonso, vecino de Villanueva del Conde sentenciado en primera, segunda y tercera instancia a la pena de garrote vil, sin más alteración en las sentencias que en la primera y tercera se manda hacer la ejecución en esta capital de partido, y en la segunda se acordó fuera ejecutado en la ciudad de Salamanca, en cuya cárcel se hallaba por ser más segura.
Oyó la notificación de la sentencia con imperturbable serenidad, y acto continuo se hicieron cargo de su persona los sacerdotes que le habrían de prestar los ausilios espirituales, necesarios a su triste situación y continua sereno, si bien edificando con su docilidad y arrepentimiento a los eclesiásticos que le acompañan con singular placer porque ningún esfuerzo tienen que hacer para dirigirle por el camino de su eterna salvación.
El país, como era de esperar, se halla consternado, advirtiéndose en todos los semblantes la pasmosa sensación que causan los preparativos para una ejecución, de que no podrán convencerse hasta que no han visto obrar el brazo inexorable de la ley. Difícilmente se borrará de la memoria de los serranos el primer acto de esta clase que se ejecuta en su país, por lo que únicamente se siente que no pueda ser con todo el aparato que era de desear; pues por todo ausilio han enviado a este juez, cinco hombres de la guardia civil, cinco y un oficial de infantería del ejército, y cuatro caballos que han escoltado al ejecutor público, comprometiendo su posición por las razones arriba indicadas, y rebajando en parte el efecto que causa la vista de la tropa en un país donde jamás se ve un soldado.
No he encontrado referencia alguna a la ejecución, tan sólo que fue frente a la cruz del Teso de Cabezuela, a las once de la mañana, un día de ese mes de noviembre de 1845.
Para esta entrada he utilizado la siguiente documentación:El Español, Madrid, 17-06, 12-11 y 14-11 de 1845.
El Heraldo, Madrid, 08-10 y 09-11 de 1845.
La Esperanza, Madrid, 14-11 de 1845.
Cabecera de El Español del Martes 17 de junio de 1845 |
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