domingo, 14 de diciembre de 2014

Castillo de La Adrada


Saliendo de Arenas de San Pedro, a unos 50 kilómetros al este siguiendo el valle del Tiétar dirección Madrid, está La Adrada. La información sobre el castillo de La Adrada no es muy extensa, quizá porque es una fortaleza que carece de una historia de batallas ni fue lugar de hechos relevantes, tan solo se hace referencia a ella por la entidad de sus propietarios. No obstante, y a pesar de haber llegado a estar el edifico en situación de casi total ruina, ha ganado interés por la intervención que se ha hecho él. Se han reconstruido las torres, los lienzos de sus dos recintos amurallados y su patio renacentista, convirtiéndose en un lugar idóneo para visitar e iniciarse en la apasionante mundo medieval y los castillos.


La Adrada pudo tener su origen en una fortaleza árabe en torno a la cual se iría aglutinando un núcleo de población. En la repoblación de la zona llevada a cabo por Raimundo de Borgoña por orden de Alfonso VI en el siglo XII, "se reconstruyó el castillo de La Adrada como avanzada de defensa frente a las posibles incursiones de los moros". La población es reconocida como villa, segregándose de Ávila el año 1393, y pasa a formar parte del señorío de Ruy López Dávalos  mediante otorgamiento del rey Enrique III como vimos en la entrada del castillo de La Triste Condesa en Arenas de San Pedro. Tras la caída en desgracia del condestable Dávalos la propiedad paso a de Álvaro de Luna, valido de Juan II, que la mantuvo hasta su ejecución en 1453, y hasta 1463 en poder de su viuda Juana de Pimentel conocida como La Triste Condesa. En 1465 Enrique IV dona la propiedad como dote a Mencía de Mendoza, mujer de Beltrán de la Cueva. duque de Alburquerque, por los servicios que éste le había prestado. Es justo Beltrán de la Cueva a quien se atribuía la paternidad de la hija del rey, Juana la Beltraneja, aunque a la muerte del rey el duque apoyará los derechos de sucesión al trono de la princesa Isabel en contra de los intereses de su supuesta hija. Años más tarde, en 1570, Felipe II otorga al descendiente de don BeltránAntonio de la Cueva, el marquesado de La Adrada.


El castillo se erige en el siglo XIV sobre una iglesia gótica de 1250 de la que conserva el ábside; éste se elevará para convertirse en torre del homenaje. El presbiterio, del que quedan restos de las columnas, se cierra y pasa a ser salón; y sobre el costado sur, hacia 1500, se adosará un palacio renacentista de patio porticado. Tanto las columnas de la antigua iglesia como las dovelas del arco que da paso al ábside tienen profundas marcas de cantero. En el exterior, junto al ábside de la antigua iglesia, estaba el cementerio al que corresponden las estelas que se pueden ver actualmente junto al muro que separaba la iglesia del palacio.


El patio del palacio renacentista consta de dos plantas en tres de sus lados, el cuarto es el muro sobre el que se adosó de la iglesia, y está reconstruido en su totalidad. También está reconstruida la entrada de ingreso al castillo que ha sido adornada con una vistosa ventana con parteluz y alfiz, y una ladronera sobre ella, única defensa vertical de la fortaleza. Una vez en el interior destaca en el patio empedrado el brocal de piedra que cubre la cisterna subterránea donde se recogía el agua de lluvia. Las columnas del patio y los pilares de la primera planta son todos ochavados, y al igual que el antepecho de tracería gótica, se han reconstruido a partir de los restos de elementos originales. A su vez se han colocado los escudos de armas de sus propietarios, dos de ellos se reproducen también en los cubos de la entrada, el de Alvaro de Luna, que es original; el de Beltrán de la Cueva, y el de la mujer de éste Mencía de Mendoza. Al conjunto se le añade, al pie de la antigua iglesia, una torre pentagonal albarrana en proa, que hace de unión entre al edificio y el recinto exterior.

Detalla E. Cooper que consta que en el castillo había una importante depósito de pólvora y fue desde allí desde donde se envió la pólvora para el asedio del castillo de Torrejón en la primavera de 1465. Tras este asedio, Pedrarias Dávila, contador mayor de Enrique IV, tomó por las armas el castillo de Torrejón de Velasco. Por su condición de almacén de pólvora, añade Cooper, "cabe suponer que el almacén era el mismo castillo y que su estado arruinado pudiera deberse a una explosión inoportuna".


La fortaleza se cerró con este recinto exterior o falsabraga, que tiene forma pentagonal y cuenta con diez torres. El camino de ronda, de libre acceso, es corrido, almenado y dotado de troneras de cerradura invertida. En este recinto exterior se abre la puerta de acceso a la liza, -espacio entre la barrera exterior y el castillo-, frente a la torre del homenaje. Esta puerta está flanqueada por dos cubos almenados y provistos de troneras, a los que se accede mediante un puente levadizo que nos indica que debió tener un foso que rodearía todo el conjunto. En uno de los cubos está el escudo de Alvaro de Luna y en el otro el de Beltrán de la Cueva, ambos de reciente factura.


En las dependencias del reconstruido palacio renacentista se ha instalado el centro de interpretación del castillo y de la época medieval del valle del Tiétar  y de historia antigua y medieval de la provincia de Ávila. Cuenta con maquetas del propio castillo y del de Mombeltrán. En la planta de recepción un audiovisual muestra cómo evolucionó la construcción del castillo desde la iglesia románica y su transformación en fortaleza. Es de agradecer la profesionalidad de las personas que atienden este centro de interpretación. Para terminar, sería de gran interés una reimpresión del cuadernillo Restauración del castillo de La Adrada, con un excelente texto del profesor Luis Mora-Figueroa, con fotografías de J.R. San Sebastián, Concha del Río y unas magníficas ilustraciones de Miguel Sobrino.

Para esta entrada he consultado los siguientes publicaciones:
Castillos de Castilla y León, Gutiérrez, José Manuel, Edical, S.A.-, Valladolid, 2007.
Restauración del castillo de La Adrada, Mora-Figueroa, Luis, Diputación Provincial de Ávila, Ávila, 2004.
La Adrada, recuerdos y tradiciones, VV.AA., Diputación Provincial de Ávila, Ávila, 2000.
Castillos Señoriales en la Corona de CastillaCooper, E., Junta de Castilla y León, 1991.

Torre albarrana desde el paseo de ronda del castillo
Muralla, paseo de ronda y cubo del recinto exterior o falsabraga
Panorámica de la planta de la antigua iglesia y pario del palacio desde la torre albarrana
El castillo desde el noreste
Marcas de cantero en las columnas de la antigua iglesia gótica

jueves, 4 de diciembre de 2014

El castillo de la Triste Condesa


Saliendo de Ávila hacia el sur, para cruzar Gredos, el camino natural es el puerto de Menga, entre la sierra Zapatera y la Serrota hasta llegar al Puerto del Pico. Desde allí hay una vista maravillosa en torno al fértil valle de las Cinco Villas y la calzada romana que desciende serpeando hasta Mombeltrán. Ahí comienza lo que se denomina la Andalucía de Ávila, en el límite con la provincia de Toledo. Hacia el oeste, a escasos 10 kilómetros se encuentra Arenas de San Pedro y a 25 Candeleda, antesala de La Vera, Cáceres; hacia el este, a unos 50 kilómetros, La Adrada. El clima frío y seco de Ávila aquí se suaviza con cálidos veranos; las abundantes lluvias y los deshielos de primavera conforman un área rica tanto agrícola como ganadera.

En el castillo del Condestable Dávalos o de la Triste Condesa, que de ambas formas se conoce al castillo de Arenas de San Pedro, se reflejan los vaivenes políticos acaecidos tras la muerte de Enrique III, el turbulento reinado de Juan II , la guerra civil con Enrique IV  e Isabel I, hasta la consolidación del poder real con los Reyes Católicos, época que plasma la lucha entre la alta nobleza y la monarquía absolutista en Castilla durante todo el siglo XV, como resume Marie-Claude Gerbet: "Juan II y Enrique IV fueron dos monarcas autoritarios que, siguiendo el ejemplo de los tres Trastámara, no quisieron compartir el poder con una nobleza muy rica y poderosa, que ellos mismos habían fraguado, sino que prefirieron gobernar con un "favorito", que evidentemente procedía de la nobleza, pero que no compartía los puntos de vista de ésta. Los grandes nobles no aceptaron que se les excluyera del poder como "orden" ni se les apartara de los altos cargos, del gobierno y de esa fuente permanente de riqueza que entonces más que nunca era el rey".


El origen del castillo está vinculado a la concesión del señorío de Arenas a Ruy López Dávalos en 1395 por el rey Enrique III. Hacia 1400, López Dávalos, Condestable de Castilla, comienza la construcción del castillo para garantizar su dominio sobre la vertiente sur de Gredos, -también era señor de La Adrada y Candeleda donde poseía también fortalezas, además de las villas de El Colmenar (hoy Mombeltrán) y La Puebla de Santiago de Arañuelo-. Las villas del señorío estarán obligadas entonces a entregar carretas de piedras, madera y carbón para la construcción y acondicionamiento de la fortaleza. Ésta se levantará a orillas del río Arenal, sobre la roca y va a carecer de cimientos. Se construirá también el puente de Aquelcabo que va a permitir controlar con facilidad una de las cañadas que conducen al Puerto del PicoPuerto del Peón, y que será fuente de ingresos mediante el cobro del portazgo. El castillo, construido en el llano, comenta Cooper: "favorece su gran tamaño y el desarrollo de una planta regular; es un simple rectángulo con dos puertas sencillas de entrada, cubos en los ángulos, y una torre del homenaje en medio lienzo".


A la muerte de Enrique III, el condestable apoya la causa de los Infantes de Aragón que persiguen mantener los privilegios de la alta nobleza y su influencia sobre el sucesor al trono, el aún niño y futuro Juan II. Frente a ellos estará el mismo rey y Álvaro de Luna, defensores de una monarquía autoritaria. Derrotados los infantes por Álvaro de LunaLópez Dávalos  se refugia en Aragón y sus posesiones son distribuidas como botín de guerra. El castillo pasa a manos de Rodrigo Alonso de Pimentel, conde de Benavente, que en 1432 lo cedió en dote a su hija, Juana, con motivo de su casamiento, precisamente con el valido del rey y nuevo Condestable de Castilla, Álvaro de Luna. En 1453 el condestable cae en desgracia, es juzgado sumariamente, condenado y ejecutado en Valladolid. Tras la ejecución del valido, y obsesionado con la riqueza que éste había acumulado, el rey devuelve a la viuda, Juana de Pimentel, parte de las posesiones a cambio de dos tercios del tesoro que creía estaba escondido en el castillo de Escalona. Entre otras posesiones a la viuda le retornan la villa de Arenas con su castillo, donde se refugia junto a su hija María de Luna y su nieta Juana, heredera de su hijo Juan de Luna. Pero el rey sobrevive poco tiempo a su valido y muere al año siguiente, en 1454 sucediendole Enrique IV.


Enrique IV dejará también el gobierno del reino en manos de validos, lo que propiciará el enfrentamiento con la alta nobleza que no está dispuesta a soportar un nuevo Álvaro de Luna. Las disputas entre la alta nobleza y la nueva nobleza forjada por funcionarios, pequeños nobles y clientes del soberano, generará la formación de varios grupos nobiliarios que lucharán entre sí, y cambiarán de bando en función siempre de sus propios intereses.


Durante los primeros años de reinado de Enrique IV el valido es Juan Pacheco, Marqués de Villena. Pacheco había entrado en la corte como paje de la mano de Álvaro de Luna, y ambicionaba tanto el poder como las posesiones de éste, por lo que pretende forzar el casamiento su hijo, Diego López Pacheco, con la hija de aquél y Juana de PimentelMaría de Luna. Pero Juana se negó a esta boda, ya tenía elegido pretendiente para casar a su hija, a Íñigo López de Mendoza, hijo del Marqués de Santillana y desde 1475 Duque del Infantado, Diego Hurtado de Mendoza enemigo enfrentado a Juan Pacheco.


Ante la negativa de Juana al casamiento, Pacheco cerca el castillo. Juana, que ya en sus cartas al rey encabezaba con un "Yo, la Triste condesa, Juana de Pimentel", resistió el cerco y pidió ayuda al Marqués de Santillana a quien solicitó a la vez que enviase a su hijo Íñigo a Arenas. Éste, disfrazado de mercader, burló el cerco y escalando el lienzo de la muralla por la parte del río, se introduce en el castillo, se casa con María y consuma el matrimonio esa misma noche. El rey, que había recibido presiones de Pacheco para forzar el matrimonio de su hijo con María, requiere a  Juana para que acceda a dicho matrimonio,a lo que ésta contestó que “su hija se había casado con el primogénito de Mendoza, que estaba preñada y de esta manera figurábase que no la querría el de Villena para mujer de su hijo”.


Juan Pacheco consigue, no obstante, que en abril de 1461 le sean confiscados todos los bienes a la Triste Condesa. Ésta, con el apoyo de los Mendoza  resiste y pone en armas a las gentes y fortalezas de Arenas y La Adrada contra la orden real. A pesar de su resistencia perderá la villa y el castillo; es obligada a ceder la custodia de su nieta Juana, y siendo ésta una niña la casarán con el hijo del de Villena, Diego López Pacheco. El rey muere en 1474 y al año siguiente, en 1475 Juana de Pimentel, la Triste Condesa, una vez rehabilitado su esposo por los Reyes Católicos, recupera sus posesiones y deja el castillo, mediante testamento en 1484, a su hija María. El castillo, de esta forma, no llegó a caer en manos de los de Villena y siguió perteneciendo a la casa de los Mendoza.

Armadura - Museo Lázaro Galdiano
La fortaleza fue propiedad de los Mendoza hasta la Guerra de la Independencia; en estas fechas es destruido su interior y, desde 1812, se destina a prisión, almacén y cementerio hasta que en 1835 pasa a ser propiedad del duque de Pastrana quien lo cede, a cambio de una fanega de trigo anual, al municipio. Según el profesor Eduardo Tejero, el castillo en 1812 se destina a cementerio y en 1849 se presenta un proyecto para convertirlo en prisión. El edificio, propiedad del duque del Infantado, lo cederá éste en 1853 al municipio y tras varias reformas en 1867 la reina Isabel II ordena informar sobre su estado y es reformado de nuevo "resultando cárcel en perfecta sintonía con el castillo, creando un conjunto que muchos creyeron medieval y que se conoció como casa de los Picos", y a tal uso se destinó hasta 1961. En la actualidad es de propiedad municipal y lo destina a festejos y actos culturales.

Para esta entrada he consultado y reproducido extractos de los siguientes libros:
Castillos de Segovia y ÁvilaBernad Remón, Javier, Ed. Lancia, 1990.
Los castillos y fortalezas de Castilla y LeónMartín Jiménez, Carlos M. Ed. Ámbito.
Historia de Avila. III Edad Media (Siglos XIV-XV)Luis López, Carmelo, Institución Gran Duque de Alba,  Ávila 2006.
Castilla y León. Castillos y fortalezasCobos Guerra, F. y Castro Fernández, J.J. de, Ed. Edilesa, León, 1998
Las noblezas españolas en la Edad Media Siglos XI-XVGerbet, Marie-Claude, Alianza Universidad. Madrid 1997.
Castillos Señoriales en la Corona de Castilla, Cooper, Edward, Universidad de Salamanca, Salamanca, 1991.
Castillos de Ávila, Museo de Ávila, Ávila, 1989.
Castillos de España, Revista de la Asoc. Española de Amigos de los Castillos, nº 130. Cardiñanos Bardeci, Inocencio, Madrid 2003.


viernes, 14 de noviembre de 2014

Soria: paseo por el románico soriano

Arco califal - Castillo de Gormaz
Hace 15 años subí al castillo de Gormaz en una visita sin planificar y nunca pensé que volvería a los restos de la fortaleza más grande de la Europa medieval. Desde allí se contempla el discurrir lento del Duero entre chopos y campos labrados; esta vez volví para visitar no sólo sus castillos, sino el románico de Soria obras que ha perdurado, como la fortaleza, más de 900 años en el silencio que envuelve estos pueblos prácticamente deshabitados.

San Pedro - Soria
Casi todas la iglesias que visité han sufrido reformas e intervenciones posmedievales, y ninguna mantiene su estructura original aunque fachadas, pórticos, ábsides y claustros de bellísima factura guardan en su totalidad el esplendor y la expresividad que el cantero les diera; y tampoco pude entrar en todas ellas, con lo que me perdí algunas imágenes, pinturas, capiteles y retablos de su interior. Son los restos de la historia que se inicia con la toma de la fortaleza de Gormaz por Fernando I de Castilla en 1060 que "conquista toda la extremadura soriana llegando hasta tierras de Guadalajara". El itinerario, muy denso, se vio frustrado en parte, por los caprichos del cambio de hora y haber hecho parte del viaje en día festivo.

San Miguel - Almazán
La primera parada del viaje fue Almazán, ciudad que aún conserva parte de la muralla y la espléndida puerta de Herreros. A través de se llega hasta la plaza Mayor donde se encuentra, de espaldas al Duero y frente al palacio de los Hurtado Mendoza, la iglesia de San Miguel, del siglo XII, cuya singularidad  más destacable es una esbelta torre octogonal. Subiendo la calle que sale del palacio se llega a la iglesia de San Vicente, del mismo siglo y de la que sólo perdura el ábside y las arquerías interiores, y aunque hoy se utiliza como sala de cultura, siendo festivo no pude visitar el interior.

Santo Domingo - Soria
Desde Almazán llegué a Soria a mediodía. Buscando un lugar para comer me encontré con la iglesia de Santo Domingo, de una belleza increíble. De finales del siglo XII se construyó sobre una anterior en honor a Santo Tomé. Tiene la portada con cuatro arquivoltas  donde se narran escenas del Apocalipsis, la matanza de los Inocentes, el nacimiento y vida Jesús, y la Pasión. Se le conoce como "la Biblia en piedra".El edificio se reformó en gran parte en el siglo XVI. En el exterior, en la acera, hay una placa con versos de Machado: "En Santo Domingo / la misa mayor. / Aunque me decían / hereje y masón / rezando contigo / ¡Cuánta devoción!".

San Juan de Duero - Soria
Después de la comida un paseo frente al palacio renacentista de los Condes de Gomara hasta llegar al Duero. Cruzando el río, a la izquierda, descansa el espléndido claustro de San Juan de Duero. Fundado por monjes Hospitalarios llegados de Tierra Santa en el siglo XII, se construyó el claustro con una exquisita mezcla de influencias románicas y orientales: "arcos de medio punto, ojivales, entrelazados, secantes, califales componen una sinfonía de arte medieval". Tiene también una pequeña iglesia en cuyo interior hay dos templetes de bellos capiteles con escenas fantásticas y bíblicas.

San Saturio - Soria
Siguiendo el curso del río se llega primero a San Polo donde quedan restos de un supuesto cenobio templario, y después, bajo una lluvia mansa de otoño: San Saturio, paseando junto a la ribera del río que cantara Machado: "He vuelto a ver los álamos dorados, / álamos del camino en la ribera / del Duero, entre San Polo y San Saturio, / tras las murallas viejas / de Soria -barbacana / hacia Aragón, en castellana tierra-." Después de visitar la gruta del ermitaño vuelta a la ciudad, por la otra orilla del río, de nuevo bajo la amenaza de la lluvia, para la última visita: San Pedro.

San Pedro - Soria
En la actual Concatedral de San Pedro. sólo queda del antiguo edifico románico un extraordinario claustro de "líneas puras y capiteles historiados" al que se accede desde el templo de poderosas columnas góticas construido en el XVI . El paseo por el claustro, donde se yergue un hermoso ciprés, fue un evocador tránsito por el silencio y la lenta lectura de unos capiteles bellamente tallados, lectura que sólo interrumpió el repicar de las campanas y con el graznido de una pareja de cuervos que parecían habitar en las sombras de la galería. Señalar que es el único lugar donde hay que pagar entrada, aunque sin lugar a dudas, bien mereció la pena.

San Juan de Rabaneda - Soria
A la mañana siguiente un pequeño paseo para visitar el olmo seco y partido, al que también cantara Machado, y la tumba de Leonor y desorientado hube de preguntar a un peatón para llegar al siguiente destino: "Baje después -me dijo-, donde está San Juan de Rabanera, mi ojo derecho; cuando se marche a recorrer la provincia no olviden visitar Andaluz, San Baudelio, ¡cómo no! y la iglesia de Gormaz, al pie del castillo que, aunque estará cerrada, miren por si acaso estuviese abierta, tiene unas hermosas pinturas". Después de la visita al olmo y al cementerio llegué a San Juan de Rabaneda que destaca por tener un ábside espectacular de dos ventanas y una portada "perteneciente anteriormente a la ahora arruinada iglesia de San Nicolás". Las escenas de los capiteles del exterior, más expuestos a la lluvia y el frío, comienzan a deteriorarse. Es de admirar algunas figuras de los canecillos del ábside. Junto a la entrada hay unos versos de Gerardo Diego: "Ay, San Juan de Rabanera, / si yo robarte pudiera".

San Miguel Arcángel - Andaluz 

Desde allí, y siguiendo la indicación del peatón, tomé camino a Andaluz tras una breve parada en Calatañazor  que mereció un paseo por su castillo y para contemplar las construcciones que aún mantienen su aspecto mediveal. En una de las plazuela y donde han erigido un busto a Almanzor, recordando la derrota que acabó con su vida. Andaluz es un pueblo pequeño al que se llega por un puente romano, tan pequeño que no tiene bar y sin embargo fue la primera villa con Fueros de Castilla. En la parte alta está la iglesia de San Miguel Arcángel, consagrada a principios del siglo XII (año de 1.114). También ésta ha sufrido varias reformas postmedievales, pero conserva una espléndida galería porticada de bella excepcional, tanto los capiteles como los canecillos que aún conserva. Según la información que hay junto a la iglesia el pórtico debió construirse un siglo después de terminado el edificio.

San Baudelio - Casillas de Berlanga
Hecha esta visita, y sin poder tomar un tentempié, salí hacia Berlanga de Duero. Fue providencial: llegar y ver la impresionante Colegiata, porque sólo se abre a las horas de culto: Después de esta visita dejé para la tarde subir al castillo, y salí hacia Casillas de Berlanga donde esperaba San Baudelio.

"El santuario de Casillas de Berlanga tiene un aspecto humilde, casi desangelado en medio del paisaje sobrio. Diríase que ha seguido a pie juntillas la tradición de la casa del moro, un "por fuera nada y por dentro un tesoro". Y así es, un edificio sorprendente, una ermita del finales del X o principios del XI que parece una pequeña mezquita, "uno de los ejemplares más importantes de la herencia mozárabe en España", aunque sufriera uno de los episodios más tristes de nuestra historia cultural, la venta de sus pinturas en 1926 a un museo de EE.UU. El edifico tiene una pequeña sala de columnas que no deja de sorprender por su armonía, además conserva aún restos de los frescos mozárabes y románicos. Recordé que antes de salir de San Saturio una empleada me recitó un poema de Gerardo Diego: "-Que no / -Sí, madre que sí / que yo los vi. / Cuatro elefantes / a la sombra de una palma. / Los elefantes gigantes / -¿Y la palma? / -Pequeñita. / -¿Y qué más? / -¿Un quiosco de malaquita? / Y una ermita / -Una patraña, / tu ermita y tus elefantes. / Ya sería una cabaña / con ovejas transhumantes. / -No. Más bien una mezquita / tan chiquita. / La palma / me llevó el alma. / - Fue sólo un sueño / hijo mío. / Que no, que estaban allí / yo los vi, / los elefantes. / Ya no están y estaban antes. / (Y se los llevó un judío, / perfil de maravedí)" Es, en realidad, un ensueño.

San Miguel - Caltojar
Siguiendo la carretera hacia el sur se llega a Caltojar donde está la espléndida iglesia románica de San Miguel Arcángel que ha sufrido, al igual que las de Soria, reformas posteriores ha llegado hasta nosotros su portada sur, que describe el texto turístico: "una monumental portada se adelanta mediante un antecuerpo, decorado en cornisa con canecillos de rollo. Cuatro arquivoltas de medio punto articulan el vano abocinado, ornamentadas con boceles y medias cañas, excepto la exterior que presenta una llamativa decoración con desarrollado junquillo en zig-zag", aunque la mayor singularidad es el tímpano de arco de medio punto, sin parteluz, en el que se representa en bajorrelieve al santo titular del templo.

Castillo - Berlanga de Duero
Continué el viaje hasta Rello para visitar los restos del castillo y el conjunto de la población aún amurallada. Desde allí vuelta a Berlanga de Duero para comer y visitar su castillo. Durante la comida entablé conversación con los vecinos de mesa, toda una satisfacción haberlo hecho pues eran los propietarios y valedores del Centro Internacional de Cultura Escolar (CEINCE), institución dedicada a interpretación y la memoria de la cultura de la escuela, un maravilloso lugar ubicado en la casa natal de Juan Bravo, lugar de obligada visita para estudiosos y personas interesadas en la enseñanza y su divulgación.

Ermita San Miguel de Gormaz
Esta visita restó tiempo a otras, toda vez que ese día se recortaba la luz en una hora y después de visitar el castillo y la magnífica muralla defensiva, me dirigí hacia Gormaz donde me esperaba la fortaleza musulmana y la Ermita de San Miguel que, aunque sabía que estaría cerrada como predijo el paseante de Soria frente al olmo de Machado,, bien valía la pena dedicarle unos minutos. De allí tomé camino hacia Burgo de Osma para hacer noche. Atrás quedaron sin visitar, por el cambio de hora, los templos románicos de Bordecorex y Aguilera.


Tras el desayuno en Burgo de Osma partí hacia el cercano castillo de Osma, con su peculiar torre pentagonal, y desde allí, de nuevo hacia el sur dirección La Rasa para llegar a Caracena, pero el trayecto se complicó por obras en la carretera y me hicieron desviar dando un rodeo por Vilde, que tuvo como interés saber que aquellas tierras vieron el destierro del Cid Campeador y acogieron a Per Abbat, autor o copista del Poema de Mío Cid, y tras ese rodeo, pensando en estos personajes y esquivando algún ciervo, llegué al destino con una hora de retraso.

San Pedro - Caracena
Caracena ha sido la parada que más me ha cautivado. El pueblo, que mantiene su estructura medieval, conserva el rollo jurisdiccional o picota; la Casa de las Tierras, lugar donde se pernoctaban los representantes de aldeas vecinas para hacer las juntas que está frente al ábside de canecillos primorosos de San Pedro, iglesia que tiene en su puerta sur una galería porticada de bellísimos capiteles; en las afueras, junto a la otra iglesia, la de Santa María, ambas del siglo XII aunque ésta de menor belleza, están los restos de un fortín adosado a la muralla desaparecida que defendía la población, y a sus pies el puente medieval. Siguiendo un camino que sale desde la puerta sur de San Pedro se llega al castillo que fue testigo de las luchas de poder entre Isabel La Católica y Juana La Beltraneja. Quizá lo más entrañable fue el almuerzo y oír la conversación de un pequeño grupo de pastores sobre sus ovejas y la fabricación de quesos.

San Miguel - San Esteban de Gormaz
A mediodía salí hacia San Esteban de Gormaz por una carretera nueva que tiene acceso desde cerca de Tiermes, camino más confortable que el de ida, aunque no tenía el encanto  del paisaje de la ribera del río Caracena. Más conocida en la actualidad, quizá porque está en la carretera entre Aranda de Duero y Soria, son los restos de la muralla de castillo musulmán los que dominan San Esteban de Gormaz , población que cuenta con dos de las más hermosas iglesias románicas de la provincia.
La primera que visité fue la de San Miguel, en la parte alta y bajando a escasos metros Nuestra Señora del Rivero; ambas tienen espléndidas galerías porticadas de columnas más robustas que las vista hasta entonces. A ambas se accede por una escalera; la primera, la de San Miguel, tiene un conjunto de canecillos excepcional.  De entre los capiteles de ambas, me llamó la atención la representación de la serpiente, que encarna el mal en el bestiario medieval, y que debe ser derrotada por el bien, en este caso encarnado por Cristo o por la Virgen.

Ntra Sra. Rivero - S. Esteban de Gormaz
En San Esteban de Gormaz di por terminada la excursión por el románico soriano, si bien se quedaron iglesias, torreones y castillos por visitar y sobre los que volver para profundizar en cada uno de los monumentos que visité. El espacio de esta entrada, de por sí demasiado extensa. no me lo permite aunque no descarto volver a alguno de estos pueblos para comprender y ampliar mejor sus monumentos, su historia y sus gentes. Desde aquí partí a la cercana Ayllón, en Segovia, para concluir el viaje unas horas después en Madrid.

Río Duero - Soria

viernes, 7 de noviembre de 2014

Monique de Roux: Dibujos


Cuando publique esta entrada seguro que la exposición de dibujos de Monique De Roux, en la galería Pelayo47, ya se ha clausurado, pero es igual, llegué tarde para verla y tarde subo la entrada. Y es que hay exposiciones gratificantes y plagadas de belleza, como ésta, en las que uno se encuentra libre y merecen la pena reseñar aunque quien lea la entrada ya no pueda ver la muestra. Y subo la entrada porque las obras de De Roux me traen esos recuerdos que ya creía olvidados; recuerdos cargados de luz y de imágenes rescatadas de un pasado tan lejano que a duras penas nos recuerdan que una vez fuimos niños, y nos trae ese tiempo en que veíamos los objetos, las personas y el aire que los envolvía de una manera que ya difícilmente, con el paso de tantos años, volvamos a percibir. Son estas sensaciones cargadas de pureza las que rescata esta pequeña muestra, entre otras cosas, simplemente, porque el artista se presta a ello.

Los movimientos sin esfuerzo que captura De Roux, rostros tiernos, la quietud de sus personajes que semejan a veces las poses tranquilas de Gauguin, o esas bacantes que fluyen y gravitan con la fuerza y el vigor de Picasso, se confunden otras veces con los rostros bondadosos y cándidos de Botero. Cielos glaucos del otoño al atardecer, de azul turquesa, frutas maduras en un regazo, miradas inocentes de adolescencia; los movimientos retenidos en la pupila infantil que nunca desaparecerán; el descanso después del juego agotador y el perro que brinca y se recoge a nuestros pies.

Son imágenes henchidas de sosiego, y todo, casi todo, de un solo color, apenas esbozadas las sobras por el lápiz y una tenue aguada de acuarela, el azul de un cielo vespertino, el monte lejano sin formas y un prado sin color. Son escenas de niñez que aún nos permiten oler la hierba y el membrillo recién cortado; oír las risas de niños entre voces de adultos y revivir las carreras y los juegos infantiles a la luz de luna y el esfuerzo que hicimos para ganar la meta, sin más recompensa que una sonrisa, una mirada, o un sabor lejano, como evocara Proust, a recuerdos de desayunos en el pueblo que una vez habitáramos, los aires puros, los amaneceres límpidos, el olor a piel infantil, la voz de aquel amigo y el plácido arrullo que llegaba desde el palomar.

Y muchas veces nos preguntamos, en torno al artista, el porqué del dibujo inacabado, ¿qué causa o qué razón hay detrás de esos colores tan sólo esbozados? ¿El hartazgo de contar una historia sin destinatario? Quizá sea que el recuerdo no tiene color, solo formas y con un pequeño matiz, una simple pincelada de color sea suficiente para traernos a la memoria todas las escenas que vivimos una tarde, un día, o un verano bajo una sombrilla al abrigo del sol del mediodía, en un rincón de la casa de campo, durante la siesta o en las noches cálidas iluminadas por una tenue luna, y baste ese toque de color para evocar todas estas pequeñas cosas con una sola pincelada.

Dibujos, de Monique de Roux, en la Galería Pelayo47, en la calle Pelayo, 47 de Madrid.



jueves, 23 de octubre de 2014

Ávila: La leyenda de los orígenes de la ciudad

Escultura que representa a Sofonisbo sobre la entrada del Palacio de Valderrabano
Escribe Antonio Veredas en su libro Ávila de los Caballeros sobre la fundación de la ciudad: "Cuanto se diga de Ávila, acerca de sus orígenes, ha de carecer de fundamento, pues se ignora el verdadero nombre que pudo ostentar en tan remotos tiempos", y añade siguiendo la Historia  de Ávila del Padre Ariz: "Ptolomeo la llama Obila, Prisciliano y San Jerónimo la denominan Abila, en el cronicón de Idacio se la cita Abula y en los concilios de Toledo es nombrada Abela". A esto hay que añadir que existen varias ciudades con el nombre de Ávila, la de los vettones que se identifica con la actual Ávila; "Ávila de los Bastitanos, Ávila de las Biñas , en Palestina, citada por San Jerónimo y Josepho, y Ávila, columna de Hércules, en el Estrecho de Gibraltar, de la cual se ocupan Pedro Alpiano en su Cosmografía, y el Obispo Poza Primo, en el Martirilogio romano",

Verraco celtibérico junto al palacio de los Verdugo
Esta última versión mitológica es la que nos cuenta Eduardo Ruiz Ayúcar en su Historia de ÁvilaAbyla y Calpe, eran dos promontorios a ambas orillas del Estrecho de Gibraltar que quedaron como restos de la cadena montañosa que Hércules desgarró para unir el Mediterráneo y el Océano Atlántico. Abyla era también el nombre de la mujer de Hércules con quien tuvo a Alcideo, Continúa la leyenda que Alcideo se lanzó a conquistar el centro de la Península y la primera ciudad principal que fundó la nombró Abyla en honor a su madre.

Cubo de la muralla en el lienzo norte.
Pero vayamos al Padre Ariz que nos cuenta cómo Alcideo, hijo de Hércules y Avila arriba a Cádiz desde África junto a sus tropas y su ayo Sofonisbo. Allí fueron rechazados por los griegos que habitaban la zona y los emplazaron a abandonar el lugar en tres días. Siguiendo los augurios, viajaron hacia el norte llegando al cabo de treinta días a un Collado. En el Collado vieron un gran número de palomas, que según los augurios indicaba que aquél era el lugar donde debían asentarse. Aquí decidió entonces asentarse Alcideo con los suyos, a los que reunió y les habló diciéndoles que allí acababan sus trabajos y en aquel Collado sería el lugar que debían poblar; y diciendo esto besó la tierra en señal de posesión e hizo sacrificios al Sol, matándole un toro y una vaca blanca.

Puerta de San Vicente intramuros

Tras la llegada de los africanos, los hispanos habitantes de la zona se organizaron y los atacaron cuando estaban descuidados. Sofonisbo les salió al encuentro y fue muerto por una flecha. Alcideo, enterado de la tragedia cargó con furia a los hispanos matando e hiriendo a muchos. Recuperado el cuerpo del ayo, lo hizo quemar y lo sepultó en la ladera del Collado. Los hispanos, temerosos de la furia de Alcideo,le presentaron dones, ganado y comida. Hicieron alianzas con Alcideo y se mezclaron en matrimonios mixtos. Cultivaron la tierra, domesticaron ganado y poco a poco hicieron sus casas. Alcideo mantenía la paz y ellos le obedecían como a un señor y otras poblaciones se avinieron a ser sus vasallos sujetos a sus leyes.

Lienzo norte de la muralla  desde la puerta del Mariscal
A los siete años de la llegada de los africanos, y mezclados con los hispanos que eran mayoría, Alcideo los juntó a todos y les habló de la necesidad de construir una defensa, cercar con fuertes murallas la población y pidió la ayuda de todos para llevar a cabo el trabajo. Se iniciaron las obras al octavo año, y tardaron otros trece años en terminarla los muros. Y por ser hijo de la noble Ávila, Alcideo "puso a la tal población su propio nombre de Avila".

León custodiando la Catedral frente al Palacio de Valderrábano
En la Historia de Ávila III, Carmelo Luis López nos cuenta resumida esta historia en la que el protagonista es Esferio Galates, y añade que Sofonisbo, una vez muerto en la lucha contra los hispanos fue incinerado y enterradas sus cenizas en el lugar donde hoy se encuentra el palacio de Valderrábano; y según la Segunda Leyenda, "Para representar este hecho, se puso aquel bulto (escultura) de piedra que está sobre la puerta de la calle (del Palacio de Valderrábano) con una lança o dardo en la mano como tenía Sofonisbo) cuando murió".

Para esta entrada he consultado la siguiente bibliografía:
Avila de los Caballeros, Veredas, Antonio, Librería "El Magisterio" Adrián Medrano, Ávila, 1935.
Historia de las Grandezas de la ciudad de Ávila , de Fray Luis Ariz, 1607 ed. Facsímil.
Castilla y León - Ávila, Ruiz Ayúcar, Eduardo, Editorial Mediterráneo.
Historia de Ávila, Tomo III, . Institución Gran Duque de Alba de la Diputación de Ávila. Caja de Ahorros de Ávila. Artículo de Luis López, Carmelo: Mitos, leyendas, tradiciones y hazañasÁvila,

lunes, 22 de septiembre de 2014

Rubén Darío en Ávila


En el paseo del Rastro de Ávila, en los jardines que hay frente a la salida del arco del Rastro, hay un busto de Rubén Darío. Lo visito por curiosidad cada vez que paseo por allí y me pregunto ¿Qué hace un busto de Rubén Darío en Ávila? Mi amigo Javier Santero me contestó que tenía una razón de ser y que intentaría averiguarla, "además, -continuó- ha publicado algo sobre ella una periodista de la prensa del corazón que al parecer es pariente suya".

Paseo del Rastro junto al lienzo sur de la muralla

Recibí un mensaje de mi amigo Javier que decía muy breve que trataba sobre el romance que había mantenido, durante casi toda su vida, con una mujer de Navalsauz, un pueblo de la sierra de Gredos, que es hacia donde mira el busto del poeta: "se llamaba Francisca Sánchez, nacida en Navalsauz. La conoció en Madrid, donde su padre era jardinero. Tuvieron un hijo que murió muy pequeño. En el pueblo hay una placa conmemorativa. Falleció en 1963 en Madrid a los 88 años". Unos días más tarde volví a recibir una nota más extensa escrita por el padre de mi amigo que relataba la relación de Darío con Francisca que resumo brevemente:

Durante una estancia de Rubén Darío en Madrid, paseando con Valle-Inclán por los jardines de la Casa de Campo, ambos se acercaron a la casa del guardia del parque para pedirle agua. Allí les atendió la hija de éste, Francisca, de quien se enamoró. Darío estaba casado en segundas nupcias, al parecer engañado y a la fuerza, y huía de su mujer viajando por Europa: Francia, ItaliaEspaña, que fue cuando conoció a Francisca en 1899. Francisca acompañó a Rubén Darío de un lugar a otro (además de poeta y periodista Darío era diplomático) y, aunque era presentada a la alta sociedad como su esposa no puede hacerlo en los actos oficiales puesto que su mujer legítima, Rosario Murillo, le negaba el divorcio. Casado por lo civil con Francisca tuvieron 4 hijos de los que sólo sobrevivió uno. Al comenzar la Iª Guerra Mundial, Darío vuelve a América abandonando a Francisca; al año siguiente, en 1919, el poeta muere en Nicaragua. Francisca guardó el archivo de Rubén Darío en su casa de Navalsauz, durante cuarenta años y éste fue donado a la Universidad Complutense de Madrid.

Gredos desde el paseo del Rastro
Aunque la historia es más compleja, mi intención era sólo dar a conocer por qué hay un busto de Rubén Darío en Ávila, y para eso me ha ayudado Paco Santero, a través de su hijo Javier, abulense y lector entusiasta a quien agradezco toda la información que me ha dado, quedando pendiente únicamente un viaje a Navalsauz para recoger alguna información de primera mano.

 VIAJE A NAVALSAUZ

Salimos muy de mañana de Ávila dirección a Gredos con alguna parada programada. Uno tiende a pensar en Rubén Darío, tal como lee en su prosa, en la ensoñación de llegar a un palacio o un castillo rodeado de un hermoso jardín donde habitan duendes, con una fuente bulliciosa donde habita una ninfa que sonríe a una princesa triste. Algo parecido encontramos en nuestra primera parada, en el castillo de Villaviciosa a contemplar blasonada torre de las Damas. Luego poco más pudimos ver que el paisaje de la paramera, los piornos y los regatos por donde discurren hileras de chopos hasta llegar a la fronda del pinar que discurre paralela a la ribera del Alberche. Poco más adelante, descendiendo el terreno se llega al cruce donde la carretera se desvía a Navalsauz. Sale el camino a la derecha de la carretera; a la izquierda un muro de piedra cuajado de zarzas. Al llegar al pueblo, a la derecha se abre un desvío que nos deja frente a la pared del cementerio donde está la iglesia, y a un lado se eleva el campanario exento de piedra berroqueña. Siguiendo la carretera para entrar en el pueblo, a la derecha dejamos un prado con su almiar, a la izquierda, al mediodía, los prados y un huerto junto a una alberca que bajo la sombra de un nogal mantiene fresca el agua; allí perezoso descansaba un perro. Nos cruzamos con una mujer de pelo cano, vestía una bata de llamativo color rojo.

- Está tranquila la cosa -comentamos.
- Demasiado tranquila.
- Y, ¿la casa de Francisca, la mujer del poeta?
- En la otra calle, al final. 

La casa debía ser la penúltima, justo donde se acababa la calle y la carretera se confunde con un camino que asciende al monte.

Campanario exento de la iglesia

Rubén Darío había llegado a España en 1898 contratado por un periódico argentino. En noviembre del año siguiente, en 1899, cuando ya conocía a Francisca, envía una crónica en la que narra su visita a un pueblo de Ávila invitado por un amigo, según confiesa para conocer las fiestas populares, "una fiesta campesina" en un lugar que llama Navazuelas. Era de imaginar que era Navalsauz y que la invitación pudiera ser del padre de Francisca. ¿Sería Navalsauz? Seguro que sí. Darío había llegado a Ávila en ferrocarril, en la misma estación partió a lomos de una caballería rumbo a su destino. La travesía se hizo larga; tuvieron que hacer noche en una venta o posada, se me ocurre que pudiera ser en La Hija de Dios, donde come, bebe y apenas duerme; por la mañana, con el canto del gallo sigue rumbo a su destino. Describe un paisaje que "no deja de ser pintoresco, limitado por alturas lejanas, cerros oscuros, manchados por altos álamos y chatos piornos". Llegó al atardecer a Navazuelas. Probó la bota de vino y la suculenta comida. Lo que nosotros tardamos en recorrer hora y media, él empleó casi día y medio. Describe a vuela pluma el folclore del lugar, las canciones, los bailes, los vestidos de mujeres y hombres y narra una costumbre que consiste en que al anochecer del día de la fiesta los mozos, "novios o solicitantes", colocan ramas verdes en los tejados de las casas donde las mozas casaderas, costumbre ésta que ha perdurado en algunos pueblos abulenses hasta hace pocas fechas.

Prado

Seguimos la calle que nos indicó la mujer.  Algunas casas están caídas, los techos derrumbados y sólo quedaban en pie las paredes de mampuesto y sillarejo de granito; otras se mantienen firmes, remozadas y habitadas en temporadas, y en la mayoría, por una razón u otra, difícilmente podrían colocarse hoy ramos en sus tejados, ni en habiendo mozas. Durante el paseo nos cruzamos con un niño que jugaba solo a una pelota, mientras sus padres acondicionaban la fachada de la casa colocando macetas de geranios y hortensias. Llegamos a la casa donde vivía Francisca, una construcción nueva donde a penas pudimos ver nada, el muro que resguarda el jardín, cubierto por una espesa enredadera y una parra apenas si dejaba ver entre el follaje una placa en al que pude leer tan solo: "Fue aquí donde Francisca Sánchez Guardo .."; tan solo esto pudimos leer. Bajamos de nuevo la calle deshaciendo el camino, ahora frente a los prados que dan al sur; allí en una esquina lejos, se veía un hombre segar la hierba y en la otra esquina que formaba el prado un chopo gigantesco proyectaba su sombra hasta mitad del terreno, y en la punta de la sombra alargada del chopo, camuflado descansaba el perezoso perro que nos recibió en la alberca. Antes de llegar a nuestro coche volvimos a encontrarnos a la mujer de la bata roja, salía del huerto cargada con un cubo del que sobresalían verduras, unos tomates, lechugas, pimientos y calabacines de colores vivos. La seguimos hasta la puerta de su casa.

- ¿Dieron con la casa?
- Sí, pero está cerrada.
- Bueno, hasta que llegue el calor de agosto no viene la gente.

Casa de Francisca

Era de suponer que, en efecto, hasta entrado el verano no vendría la gente que trabajaba en la ciudad buscando el fresco de la sierra. Salimos del pueblo buscando de nuevo la carretera general camino de Gredos bordeando el AlbercheDarío tomó el camino de regreso a Ávila concluida las fiestas: "volví a tomar mi burrito, camino de Ávila, en donde probé las más ricas aceitunas que os podéis imaginar, con mi amigo el campesino". Y se despide del lector con unos versos de Horacio que escritos en latín vienen a cantar la exuberancia de las ramas de un olivo.

Placa del jardín que alude a Francisca

Almiar

Perro en la alberca

Arquitectura tradicional

El relato al que hago referencia Fiesta campesina está publicado en el libro España contemporánea de Rubén Darío por la editorial Visor Libros, Madrid (2005).

Ventana renacentista con tres blasones de los Dávila en la Torre de las Damas
del castillo de Villaviciosa (Solosancho)