jueves, 17 de noviembre de 2016

Viajando en un R7 color vainilla


Era una noche de fiestas. Yo estaba entre los asistentes sentado en un banco contra la pared de la nave que hacía de bar. La gente bailaba al son de una orquesta. digamos que animosa. Frente a los que estábamos sentados pasó un coche claro, lento, como intentando no levantar el polvo del camino. Terminaron los músicos el pasodoble; las parejas, quietas, miraban al escenario esperando la siguiente pieza. El cantante se acercó al micrófono:

- Acabo de ver pasar un coche de época -dijo sorprendido, como si en el lugar, en las fiestas de San Esteban de los Patos, que así se llama el lugar, tuviese el privilegio de contar con un coche de época  y circulando-. Un coche color crema -añadió- aunque no he visto la marca.
- No es color crema, -susurró la vecina que estaba sentada a mi lado- es color vainilla.


Pero nuestro viaje no empieza en Los Patos, sino en Mingorría, en una plaza sin nombre donde la calle de la Iglesia se divide en dos; frente a un portalón que en su día, y por el tamaño de las puertas, debió servir para guardar carros y sobre el que hay escrito: Año 1907. Podíamos haber empezado, Ángel Luis y yo, nuestros paseos en una plaza con nombre, de las muchas que tiene el pueblo, pero preferimos partir de aquí y recorrer algunos lugares que sí tienen historia, en el R7 color vainilla que los íntimos llaman "la Limusina". Montamos y en él nos marchamos hacia el cerro de la Virgen que oficialmente se llama de San Cristóbal.


En el cerro están dos imágenes emblemáticas del pueblo, el verraco vetton y la ermita donde descansa la mayor parte del año la Virgen del Rosario, el resto, y sólo durante el mes de octubre, lo pasa en la iglesia. Ambas, la ermita y la iglesia, debe ser coetáneas, según me comentó Félix un día que paseaba con su galgo muy cerca de allí, en torno al siglo XVII. Hace años la ermita fue expoliada y se llevaron varias figuras y alguna obra de arte que se guardaban en su interior:

- Los angelitos que estaban en las andas que sirven para bajar a la Virgen, alguna imagen del retablo y, lo más valioso, las puertas del Sagrario- me dijo una parroquiana mientras tomábamos el vermú en el bar de la Sindical-
-Un vermú para mi cuñada y de pincho torreznillos -gritó la camarera.
 -Más o menos a principios de 1980 porque Fernando -el anterior cura- llegó a mediados de los 70 y eso ocurrió mucho después -concluyó la parroquiana mientras cogía su vaso de vermú-.

Eso ocurrió al menos hacía 36 años, aunque Flores me aseguró, al otro extremo de la barra del bar, que sólo habían pasado unos 10 años del robo. Y es que los años pasan volando y apenas si se recuerdan fechas de hechos tan relevantes. La ermita debió tener una entrada porticada, esto se puede deducir por las piedras en forma de canes que debieron soportarla y que aún se ven sobre la entrada, y las piedras labradas que se alinean junto a la pared y que hoy sirven de asiento a los paseantes. Tiene además, en una de las esquinas, la de la izquierda mirando a la puerta y a media altura, un verraco incrustado del que se sirvieron los obreros en su día, para ahorrar en materiales, a la hora de levantar la ermita, algo más habitual de lo que puede parecer.


-A cuentas de este verraco, -me dice José Luis que es segoviano y ahora es maestro jubilado- tuvo un debate mi tío. Alguien publicó en el Diario de Ávila su descubrimiento. ¡Qué cosas! dijo su tío escribiendo la Diario: "¡si cualquiera del pueblo sabía que esta ahí!"

En fin, ahora no queda más que enseñar a los visitantes este segundo verraco del que se distinguen las orejas, el lomo y el rabo con verdadera forma de cerdo. A ese lado de la ermita, el que da al norte, hay un cercado de piedra que comienza a caerse, que según me dijeron era cementerio. Allí muy cerca, en la tierra que era de Moisés, estando éste arando, levantó una losa y descubrieron que era la tumba de un señor, del que sólo quedaba el esqueleto vestido de militar, con uno de aquellos trajes con gorra, charreteras, hombreras, polainas, botas altas, medallas y aferrado a un sable, aunque nadie supo decirme qué pasó con el esqueleto en cuestión. Pero de esto hace mucho tiempo y fue sobre lo que estuvimos hablando Ángel Luis y yo, mientras le contaba qué hacía allí, en el extremo del muro que se está cayendo y que en su día fue cementerio, una cruz de piedra inclinada sobre una peana que parece que le está grande. Pero esa historia la dejamos para la siguiente parada de nuestro viaje.

* Dos semanas después de mi conversación para averiguar cuándo fue el robo de la Ermita, alguien tuvo la feliz idea de rescatar un artículo del Diario de Ávila de 1992 con la noticia del expolio.

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