lunes, 22 de septiembre de 2014

Rubén Darío en Ávila


En el paseo del Rastro de Ávila, en los jardines que hay frente a la salida del arco del Rastro, hay un busto de Rubén Darío. Lo visito por curiosidad cada vez que paseo por allí y me pregunto ¿Qué hace un busto de Rubén Darío en Ávila? Mi amigo Javier Santero me contestó que tenía una razón de ser y que intentaría averiguarla, "además, -continuó- ha publicado algo sobre ella una periodista de la prensa del corazón que al parecer es pariente suya".

Paseo del Rastro junto al lienzo sur de la muralla

Recibí un mensaje de mi amigo Javier que decía muy breve que trataba sobre el romance que había mantenido, durante casi toda su vida, con una mujer de Navalsauz, un pueblo de la sierra de Gredos, que es hacia donde mira el busto del poeta: "se llamaba Francisca Sánchez, nacida en Navalsauz. La conoció en Madrid, donde su padre era jardinero. Tuvieron un hijo que murió muy pequeño. En el pueblo hay una placa conmemorativa. Falleció en 1963 en Madrid a los 88 años". Unos días más tarde volví a recibir una nota más extensa escrita por el padre de mi amigo que relataba la relación de Darío con Francisca que resumo brevemente:

Durante una estancia de Rubén Darío en Madrid, paseando con Valle-Inclán por los jardines de la Casa de Campo, ambos se acercaron a la casa del guardia del parque para pedirle agua. Allí les atendió la hija de éste, Francisca, de quien se enamoró. Darío estaba casado en segundas nupcias, al parecer engañado y a la fuerza, y huía de su mujer viajando por Europa: Francia, ItaliaEspaña, que fue cuando conoció a Francisca en 1899. Francisca acompañó a Rubén Darío de un lugar a otro (además de poeta y periodista Darío era diplomático) y, aunque era presentada a la alta sociedad como su esposa no puede hacerlo en los actos oficiales puesto que su mujer legítima, Rosario Murillo, le negaba el divorcio. Casado por lo civil con Francisca tuvieron 4 hijos de los que sólo sobrevivió uno. Al comenzar la Iª Guerra Mundial, Darío vuelve a América abandonando a Francisca; al año siguiente, en 1919, el poeta muere en Nicaragua. Francisca guardó el archivo de Rubén Darío en su casa de Navalsauz, durante cuarenta años y éste fue donado a la Universidad Complutense de Madrid.

Gredos desde el paseo del Rastro
Aunque la historia es más compleja, mi intención era sólo dar a conocer por qué hay un busto de Rubén Darío en Ávila, y para eso me ha ayudado Paco Santero, a través de su hijo Javier, abulense y lector entusiasta a quien agradezco toda la información que me ha dado, quedando pendiente únicamente un viaje a Navalsauz para recoger alguna información de primera mano.

 VIAJE A NAVALSAUZ

Salimos muy de mañana de Ávila dirección a Gredos con alguna parada programada. Uno tiende a pensar en Rubén Darío, tal como lee en su prosa, en la ensoñación de llegar a un palacio o un castillo rodeado de un hermoso jardín donde habitan duendes, con una fuente bulliciosa donde habita una ninfa que sonríe a una princesa triste. Algo parecido encontramos en nuestra primera parada, en el castillo de Villaviciosa a contemplar blasonada torre de las Damas. Luego poco más pudimos ver que el paisaje de la paramera, los piornos y los regatos por donde discurren hileras de chopos hasta llegar a la fronda del pinar que discurre paralela a la ribera del Alberche. Poco más adelante, descendiendo el terreno se llega al cruce donde la carretera se desvía a Navalsauz. Sale el camino a la derecha de la carretera; a la izquierda un muro de piedra cuajado de zarzas. Al llegar al pueblo, a la derecha se abre un desvío que nos deja frente a la pared del cementerio donde está la iglesia, y a un lado se eleva el campanario exento de piedra berroqueña. Siguiendo la carretera para entrar en el pueblo, a la derecha dejamos un prado con su almiar, a la izquierda, al mediodía, los prados y un huerto junto a una alberca que bajo la sombra de un nogal mantiene fresca el agua; allí perezoso descansaba un perro. Nos cruzamos con una mujer de pelo cano, vestía una bata de llamativo color rojo.

- Está tranquila la cosa -comentamos.
- Demasiado tranquila.
- Y, ¿la casa de Francisca, la mujer del poeta?
- En la otra calle, al final. 

La casa debía ser la penúltima, justo donde se acababa la calle y la carretera se confunde con un camino que asciende al monte.

Campanario exento de la iglesia

Rubén Darío había llegado a España en 1898 contratado por un periódico argentino. En noviembre del año siguiente, en 1899, cuando ya conocía a Francisca, envía una crónica en la que narra su visita a un pueblo de Ávila invitado por un amigo, según confiesa para conocer las fiestas populares, "una fiesta campesina" en un lugar que llama Navazuelas. Era de imaginar que era Navalsauz y que la invitación pudiera ser del padre de Francisca. ¿Sería Navalsauz? Seguro que sí. Darío había llegado a Ávila en ferrocarril, en la misma estación partió a lomos de una caballería rumbo a su destino. La travesía se hizo larga; tuvieron que hacer noche en una venta o posada, se me ocurre que pudiera ser en La Hija de Dios, donde come, bebe y apenas duerme; por la mañana, con el canto del gallo sigue rumbo a su destino. Describe un paisaje que "no deja de ser pintoresco, limitado por alturas lejanas, cerros oscuros, manchados por altos álamos y chatos piornos". Llegó al atardecer a Navazuelas. Probó la bota de vino y la suculenta comida. Lo que nosotros tardamos en recorrer hora y media, él empleó casi día y medio. Describe a vuela pluma el folclore del lugar, las canciones, los bailes, los vestidos de mujeres y hombres y narra una costumbre que consiste en que al anochecer del día de la fiesta los mozos, "novios o solicitantes", colocan ramas verdes en los tejados de las casas donde las mozas casaderas, costumbre ésta que ha perdurado en algunos pueblos abulenses hasta hace pocas fechas.

Prado

Seguimos la calle que nos indicó la mujer.  Algunas casas están caídas, los techos derrumbados y sólo quedaban en pie las paredes de mampuesto y sillarejo de granito; otras se mantienen firmes, remozadas y habitadas en temporadas, y en la mayoría, por una razón u otra, difícilmente podrían colocarse hoy ramos en sus tejados, ni en habiendo mozas. Durante el paseo nos cruzamos con un niño que jugaba solo a una pelota, mientras sus padres acondicionaban la fachada de la casa colocando macetas de geranios y hortensias. Llegamos a la casa donde vivía Francisca, una construcción nueva donde a penas pudimos ver nada, el muro que resguarda el jardín, cubierto por una espesa enredadera y una parra apenas si dejaba ver entre el follaje una placa en al que pude leer tan solo: "Fue aquí donde Francisca Sánchez Guardo .."; tan solo esto pudimos leer. Bajamos de nuevo la calle deshaciendo el camino, ahora frente a los prados que dan al sur; allí en una esquina lejos, se veía un hombre segar la hierba y en la otra esquina que formaba el prado un chopo gigantesco proyectaba su sombra hasta mitad del terreno, y en la punta de la sombra alargada del chopo, camuflado descansaba el perezoso perro que nos recibió en la alberca. Antes de llegar a nuestro coche volvimos a encontrarnos a la mujer de la bata roja, salía del huerto cargada con un cubo del que sobresalían verduras, unos tomates, lechugas, pimientos y calabacines de colores vivos. La seguimos hasta la puerta de su casa.

- ¿Dieron con la casa?
- Sí, pero está cerrada.
- Bueno, hasta que llegue el calor de agosto no viene la gente.

Casa de Francisca

Era de suponer que, en efecto, hasta entrado el verano no vendría la gente que trabajaba en la ciudad buscando el fresco de la sierra. Salimos del pueblo buscando de nuevo la carretera general camino de Gredos bordeando el AlbercheDarío tomó el camino de regreso a Ávila concluida las fiestas: "volví a tomar mi burrito, camino de Ávila, en donde probé las más ricas aceitunas que os podéis imaginar, con mi amigo el campesino". Y se despide del lector con unos versos de Horacio que escritos en latín vienen a cantar la exuberancia de las ramas de un olivo.

Placa del jardín que alude a Francisca

Almiar

Perro en la alberca

Arquitectura tradicional

El relato al que hago referencia Fiesta campesina está publicado en el libro España contemporánea de Rubén Darío por la editorial Visor Libros, Madrid (2005).

Ventana renacentista con tres blasones de los Dávila en la Torre de las Damas
del castillo de Villaviciosa (Solosancho)


viernes, 12 de septiembre de 2014

Cráneos y calaveras


Sobre la mesa había una calavera. Le pregunté al vigilante si era de verdad, y me dijo que sí, que era auténtica. La fotografié con el respeto que se debe a un muerto y sin saber nada del individuo que había sido; pensé en aquel momento que se trataba, sin más, de uno de los nuestros, un hombre o una mujer, sin un pasado ni una historia que contar. Fue en la exposición Ser-Oír, en el Centro de Arte Complutense de Madrid en 2011.

Calavera de mármol
Unos días antes hice una visita a la Galería Marita Segovia, de Madrid, en la que encontré unos cráneos, aunque se trataba de obras de arte. Había tres y pregunté por ellos, "uno de mármol, otro de madera y el tercero de cera", me dijeron. Recordé que hacía ya un año, en una galería cercana, exponía Isabel Muñoz con una serie de fotografías sobre cráneos.

Cráneo deformado por exigencia estética.  S. Pedro de Atacama,
Chile (260-300 d.C.) 
Museo de América de Madrid

Unos meses antes, un mexicano me comentó que había leído un libro sobre los indígenas de Chipaya, en los Andes bolivianos, a unos 300 kilómetros al sur de La Paz, se trataba de Dioses y vampiros, de Nathan Wachtel. En el libro narra las costumbre de los chipayas y la relación que mantienen con sus antepasados a través de sus espíritus y los huesos del difunto, una relación muy parecida a la que mantienen con las ñatitas en Bolivia y que narraba Isabel Muñoz en su exposición Eros y Ritos de hacía un año: "La ñatita es un cráneo que simboliza la energía de un hombre, de una mujer o de un niño que aún no ha abandonado el mundo de los vivos". En la práctica la ñatita se comunica con el devoto "a través de los sueños en los que revelan su identidad, su historia y sus habilidades"; curan, imparten justicia y protegen a las familias; a cambio el devoto comparte con él pequeñas cosas, un trozo de coca o un cigarrillo. "Los devotos cuidan a las ñatitas en un lugar destacado de la casa y éstas se integran entre los miembros de la familia dándoles protección sobrenatural".

Calavera de madera

El rito de los chipayas con sus muertos que narra Wachtel consistía en concreto en la edificación de una tumba para renovar las ofrendas a una difunta que había muerto hacía años y que fue enterrada en una simple fosa y cuya alma, sin encontrar reposo regresaba para tormentar a su marido. Éste "de entrada degüella un cordero negro sobre la fosa, cuya sangre derrama en libaciones hacia el oeste (donde se encuentra la morada de los muertos"; luego comienza a excavar el suelo hasta que encuentra los primeros restos, "después enciende un cigarrillo a fin de que humo aleje los efluvios peligrosos, y recoge los restos, que coloca poco a poco sobre un pedazo de tela extendida al borde del agujero". El marido va enunciando los huesos por su nombre, y "no solamente extrae los huesos, sino también los tritura, los soba y los acaricia con afecto. Se reconocen con manifestaciones de ternura, las trenzas de la difunta perfectamente conservadas. El cráneo y la osamenta se limpian cuidadosamente. Se agregan las sandalias que también se encuentran casi intactas y finalmente Martín retira el frasco de alcohol con el que el cuerpo fue enterrado". Mientras los ayudantes preparan la nueva tumba. "La pieza de tela es replegada y se coloca con las ofrendas en una caja de madera, que se instala en la tumba donde se planta una cruz en el momento preciso en que el sol desaparece tras la montaña".

Calavera de cera

El rito ha cambiado con los años, del tañer constante de las campanas de la iglesia que se había reducido a unos pocos minutos, ni se transportan los cráneos a la misma iglesia como antaño, sino que se honraban los cráneos de los antepasados fundadores, cuatro en este caso, en el mismo cementerio: "Los cuatro cráneos son alineados en medio de la vereda central hacia el Sur, los alcaldes y sus esposas se arrodillan ante ellos, rezan, les ofrecen hojas de coca y derraman generosas libaciones de alcohol, rodeados por las familias. Con gestos afectuosos se encienden los cigarrillos que fuman los antepasados. Cuadro extraño y familiar el de estos cráneos venerados, con dos o tres cigarrillos, el extremo incandescente, introducidos en la cavidad nasal. Estos se consumen "solos" y cuando con facilidad arden hasta el final, es signo de buen augurio, el año será favorable y abundante la cosecha. Cuando uno de los cigarrillos se apaga, lo más natural del mundo es que uno de los asistentes arrodillados extraiga el cigarro del cráneo, se lo lleve a la boca y lo vuelva a encender, colocándolo de nuevo, respetuosamente en la cavidad nasal".

Calavera de Oceanía - Museo Antropológico Nacional de Madrid

Una vez en las casas, se reciben a las almas, y "sobre la mesa, en un lugar de honor, se muestran las ofrendas: comida, bebida, hojas de coca y dulces. Asimismo, se exponen las pertenencias del difunto alrededor de su fotografía (cuando se cuenta con ella) y de una vela encendida. Los miembros de la familia se instalan en semicírculo, distribuyen las copas de alcohol evocando el recuerdo del desaparecido: se entremezclan las historias, los llantos, las anécdotas y los lamentos desgarradores. Se establece un diálogo con el alma, cuya presencia es evidente aun para mí".

Calavera de Oceanía - Museo Antropológico Nacional de Madrid

Para entender la cultura andina es muy recomendable la obra de Nathan Wachtel del que he extraído parte del texto: Dioses y Vampiros. Regreso a ChipayaEd. Fondo de Cultura Económica, México, 1997.
Para hacer esta entrada he de agradecer la amabilidad de la Galería Marita Segovia, en calle Lagasca, 7 de Madrid por permitirme hacer las fotografías de los cráneos.
Cráneo impregnado de minerales de cobre. Sg. XIX
ETS Ingenieros de Minas y Energía. Universidad Politécnica Madrid
De la exposición Cosmos en Biblioteca Nacional de Madrid
Calavera de España - Museo Antropológico Nacional de Madrid
Paranthropus Boisie. Zinj, Querido muchacho, cascanueces.
Reproducción en Museo Arqueológico Nacional de Madrid
Cráneo femenino -Colección Olóriz- Museo de Anatomía "Javier Puerta"
Facultad de Medicina - Universidad Complutense de Madrid
De la exposición Arte y Carne en el Centro de Arte Complutense