viernes, 21 de marzo de 2014

Miguel Bergasa: Mennonitas


Miguel me animó a preguntarle sobre cualquier aspecto de las series de fotografías que había hecho, y quizá esperó que le hiciese una pregunta sobre la peculiaridad de estas personas que se obstinan en vivir al margen del aparente progreso y bienestar que creemos vivir en nuestra sociedad. Le pregunté por esa fotografía en la que se veía un almacén, o un granero de madera, lleno de personas sentadas que parecían rezar, cabizbajas, en orden jerárquico, las mujeres frente a los hombres, los sombreros colgados en las vigas de madera y, en frente, lo que parece un tribunal. Es una composición propia para un estudio perfecto de perspectivas: líneas rectas, paralelas y diagonales de una armonía perfecta.  Es lo primero que me llamó la atención de la exposición Mennonitas, de Miguel Bergasa, y más allá de la técnica innegable como fotógrafo, su maestría para captar la esencia del retratado, la composición y la naturalidad de los personajes.


"Es un funeral; están rezando y ahí en medio -señala el centro de la fotografía- está el féretro de un niño. Está toda la comunidad, pero dentro del templo, de la iglesia, no estaba permitido hacer fotografías. El momento era tan intenso que me negaba a no retratarlo, así que me salí y desde la puerta, desde fuera, sin contravenir sus indicaciones, tomé la fotografía".

Asombra ver los rostros risueños de los niños y el gesto grave de los adultos. No tienen nada que ocultar, miran con franqueza, con ojos claros y expresión amable, con la serenidad que da un espíritu en paz consigo mismo. Allí está retratada la familia, los niños y las niñas, cada cual en su escuela, el médico, los coches de caballos circulando por caminos embarrados, la vida cotidiana en torno a un solo libro, "leen la Biblia, con monótona letanía", los adultos sentados en la puerta de la casa, la comida en familia y los sombreros como seña de identidad; todo en perfecto orden.


Cuenta Miguel que en su último viaje a la comunidad ya tenían electricidad y que los niños tenían un pequeño cassette con música. Nos paramos frente a una fotografía en la que un niño aparece sentado en un sillón de barbero y junto a él un hombre con traje. Ambos miran a la cámara. Detrás de ellos hay un cartel, el retrato del dictador Stroessner, con un mensaje "...años de paz y progreso". "No es el barbero, es el médico y todo lo que tiene para curar es eso que ves en la fotografía, prácticamente nada. Tienen un índice de mortalidad infantil altísimo".


Justo en frente hay una fotografía de una arboleda con las casas de madera al fondo, y en el centro un niño descalzo en un columpio que se destaca entre un juego de claroscuros y las sombras alargadas de los árboles. De la calle llega el rumor de un corro que comenta la historia de estos nómadas, cristianos errantes y fervorosos pacifistas, aislados en sus creencias y forma de vida en Nuevo Durango, Paraguay; pero ésa es una historia más sencilla de narrar.


Mennonitas de Miguel Bergasa, en EspacioFoto, en calle Viriato, 53 de Madrid, hasta el 30 de abril de 2014.


MIRADAS EN LATINOAMÉRICA


Hace casi dos semanas que inauguró Miguel Bergasa su exposición Miradas en Latinoamérica en la galería EspacioFoto. Vi el montaje de la exposición y unos días después la muestra completa pero no puede estar en la inauguración. He repetido alguna vez la frase de uno de los fotógrafos con quien suelo coincidir en esta sala, Ángel López-Soto, para quien las obras deben provocar sensaciones en las ve; y si no las provocan no es que la obra sea mala ni buena, sencillamente se ignora. En este sentido la obra de Miguel Bergasa es un cúmulo de sensaciones, tan intensas y sorprendentes que, en sentido literal, hechizan y apasionan al espectador, y quizá sea por la carga humana que se desprenden de ellas.. Y nada mejor que, aunque sea una paradoja, haber faltado al estreno de la exposición porque la percepción de estas sensaciones en la íntima soledad del espectador me ha hecho ver las fotografías de una forma sosegada, y como en una metáfora, me ha permitido penetrar a través de sus miradas al alma de los protagonistas.


Al principio tomé la muestra como un viaje de ida y vuelta a través de esas miradas que nos sugiere el título. Las miradas que el espectador capta en los personajes, en ocasiones con una intensidad tal que se sorprende uno ante la imposibilidad de mantener la mirada al personaje. Este es el primer paso para introducirse en la exposición, reconocer no solo la belleza de las imágenes y su perfección técnica, sino la carga humana que desprende la sencillez de los protagonistas para luego poder iniciar el viaje de vuelta a través del territorio, la sociedad y los lugares donde se mueven y conviven estos personajes.


Quizá juegue con cierta ventaja sobre los espectadores que no vieron la anterior exposición de Miguel BergasaMennonitas, donde no sólo descubrí esa sensación de la existencia real del retratado y su entorno, sino que incluso, aunque de forma indirecta, conocí al propio protagonista. Entonces descubrí que al contrario de otras exposiciones, sus fotografía no son producto de un proceso técnico, ni pretenden por ejemplo exaltar la luz o el color si lo tuviese, sino que quien interesa en realidad es el personaje, el verdadero protagonista de cada imagen: el marinero apoyado en la frágil barandilla de la borda oxidada de un barco; los vaqueros armados y embarrados de una sencillez extraordinaria o el grupo de niños en la ribera del río o del lago que miran como sólo los niños miran con ojos claros y mirada pura; esto por citar sólo las imágenes del catálogo de presentación. Todos tienen en común esas miradas claras y sinceras de personajes que no buscan protagonismo en su pose sino que dejan translucir a través de ellas lo que son, hombres y niños, sus vidas y su entorno.


Este es el misterio que se desprende de estos protagonistas tan anónimos como reales, que se repite sucesivamente en el grupo de escolares y el maestro en una escuela rural donde, ni en la profundidad del aula, se pierde la intensidad de la mirada del último niño, tan intensa como la de la adolescente del primer plano. Tal vez sea ésta una de las fotografías más atractivas, tal vez en la que más tiempo me he parado, pero hay también otra en la sala que transmite este diálogo entre los personajes y su entorno, la de una pareja sentada frente a tres jarras de barro. Están en una estancia de techos tan altos que los empequeñece; la pared manchada, del techo cuelga una bombilla moderna sin lámpara, a su lado una silla sin parte del respaldo y tres carteles publicitarios como decoración de la escena; y queda aún una obra en la que Bergasa se permite prescindir de los personajes y capta sólo su esencia a través del retrato del héroe, el familiar o el ídolo que los representa y con quien se identifican.

Una vez presentados los personajes, personas sencillas en lugares sencillos, las miradas nos trasladan al espacio en  donde desarrollan sus vidas: el altiplano y el minero que extrae un bloque de sal; el patio del colegio donde unos niños juegan a la pelota; el paisaje del río que corta el plano por la mitad donde la selva y las palmeras se reflejadas en el agua aparentemente remansada; la soledad dibujada en la figura del adolescente que practica boxeo; en la quietud de un caballo que pastan junto a los restos de una fábrica de ladrillo que hace tiempo dejó de funcionar, y como antagonistas de la pareja que posaba en la sala de techo alto que veíamos antes, un grupo de camareras que sonríen tras la barra de un bar en la que se puede leer "Viva nuestra revolución socialista"; y el grupo de chicos de elegante gravedad que contrasta con la mirada fugaz de la mujer que pasa frente a un ídolo pagano que parece vigilar la calle desde un ventanal.


Y de nuevo volvemos al inicio de la exposición, al centro de la sala, para ver el conjunto y confundir nuestra mirada con la mirada de los personajes, para sentirlos todos vivos, dueños cada uno de si y de su entorno. Entonces ya no es necesario cerrar los ojos ni preciso concentrar la mirada en de ellos para comprender, y entender si cabe, la compleja sencillez con la que estas imágenes nos atrapan. Y tan sólo me queda, para completar este recorrido, copiar un párrafo del catálogo: "Miguel Bergasa tamiza este íntimo artificio de la mirilla y el espejo. Coloca a sus personajes frontalmente, posando solemnes o naturales, observando directamente al ojo que los convierte en figuras. Hombres y mujeres callados se enfrentan al fotógrafo desde el otro lado de la escena y le sostienen, por un instante y para siempre, la mirada". Ticio Escobar (Asunción Paraguay). La mirada sencilla y formidable que nos ofrece de Latinoamérica un magistral Miguel Bergasa.


Miradas en Latinoamérica, de Miguel Bergasa, en la galería EspacioFoto, en calle Viritato, 53 de Madrid; se desarrolla dentro del evento PhotoEspaña2015 y es un recorrido por el archivo fotográfico del autor desde 1983, cuando inicia sus viajes a Lastinoamérica y que ha continuado de forma regular hasta la actualidad, visitando Paraguay, BoliviaBrasil, PerúEcuador, CubaChileUruguay, Panamá y México, Hasta el 31 de julio de 2015.


martes, 18 de marzo de 2014

Castillo de Íscar


Al llegar a Íscar y con el castillo visible en lo más alto sobre el pueblo, lo más complicado fue encontrar el camino hasta llegar a él. Hay que dar una vuelta por una carretera que prácticamente sólo llega hasta allí. El castillo de Íscar tiene referencias antiguas, ya en 939 las tropas de Abdarrahmán III, el poderoso califa cordobés, llegado desde la cercana villa de Coca, arrasa la población que debió estar abandonada hasta 1089 cuando fue repoblada por el conde Martín Alfonso. En la dilatada historia de la fortaleza me voy a referir a dos hechos dignos de mención.


El primero hecho relevante ocurrió a principios del siglo XIV, durante el reinado de Alfonso XI, y tuvo como protagonista al alcaide del castillo, Joan Martínez de Leyva, que fue condenado a muerte por no dejar entrar en él al rey. Según la crónica el rey Alfonso, que viajaba de Cuéllar a Valladolid, estaba cazando por la zona. Legó el rey al castillo y pidió al alcaide que se le dejara pasar; éste, asomado a la torre, le negó el paso al rey como a su comitiva por lo que tuvieron que marcharse al cercano castillo de Portillo. Ya en la corte de Valladolid se ordenó apresar al alcaide y ser juzgado por esta afrenta: "Et el Rey, con consejo de todos los que allí estaban con él,  juzgó a aquel escudero por traydor, y mandole dar muerte de traydor, et cumpliose segun el juicio del Rey".


El castillo tuvo varios propietarios, hasta que tras la guerra civil castellana entre Pedro I El cruel y Enrique II de Trastamara, la fortaleza pasa a manos de la Corona, y este último, vencedor de la contienda, entrega la fortaleza a Juan González de Avellanda en 1371. El nieto de éste, que tenía el mismo nombre, lo cede en testamento a su hija, Aldonza de Avellaneda, que con el tiempo se casó con Diego López de Zúñiga, hijo del conde de Plasencia, y que en 1457 sería conde de Miranda, iniciándose con este matrimonio una historia tormentosa que tuvo el castillo como sede.



Casado don Diego con doña Aldonza, tenía como amante a doña María de Sandoval, madre del conde de Treviño, relación a la que los hijos de ambos se oponían. En 1467 el conde de TreviñoPedro Manrique,  "supo que la condesa su madre estaba allí dentro (en el castillo), que tenía públicamente por manceba el conde de Miranda y a causa suya había dejado a su mujer legítima", por lo que pide permiso al rey Enrique IV para asaltar la fortaleza, ya que sentía como suya la infamia de su madre, que era "mayor y de menor hermosura" que la mujer legítima doña Aldonza. Recibido el permiso del rey, el conde de Treviño y sus huestes"acometieron la fortaleza y tan recio combatieron que la tomaron y el conde prendió a su madre y la envió ligero a su tierra a buen recaudo". Tras estos hechos, y pese a todo el cuidado que puso el hijo, doña María vuelve con el conde de Miranda y, tras morir doña Aldonza en 1470, se casan.


Una vez que parecían resueltos los problemas para la pareja, el hijo del conde, Pedro Zúñiga y Avellaneda y su mujer, reclaman los bienes de su madre, entre los que se encontraba el castillo. En este pleito consigue encarcelar a su padre, a la madrastra y a los hijos de ambos, forzando su nombramiento como heredero único de los Avellaneda y los Zúñiga; -son el suyo y el de su mujer los escudos que pueden verse hoy en la torre del castillo-. En 1478 muere don Diego, conde de Miranda, y el castillo es ocupado por su hijo Pedro. La madrastra, María de Sandoval es apresada de nuevo por su primogénito el conde de Treviño quien temía ser desposeído también de su herencia, aunque la Corona intercedió por ella y por fin, en 1491, María de Sandoval consiente retirarse y toma los hábitos en Calabanzos (Palencia), poniendo fin a tan largo litigio.


El castillo ocupa un extremo del cerro sobre el que se alza y frente a la entrada se dispuso un foso cercano a la torre. Pedro Zúñiga lo manda restaurar ya que debía tener problemas de cimentación, y se añade un gran cubo adosado a la torre como contrafuerte y lo dota de un espolón, donde se instalaron los escudos de Pedro de Zúñiga y su mujer Catalina Mendoza, lo que confiere a la torre una planta pentagonal. Frente al espolón se construyó una barrera artillera de cubos que es por donde se accede al recinto amurallado. La torre carece de almenas, aunque está rodeada de una hilera de modillones que da a entender que sí las hubo.

Como curiosidad cabe destacar una catapulta en un montículo frente entrada que simula una posición de asedio, y ya dentro del recinto y en su lugar más alejado se ha instalado una fábrica de cerveza, un atractivo más para los visitantes, sobre todo los días de calor. Desde el castillo se tiene una vista formidable del campo que domina por lo que se han habilitado unas terrazas para los visitantes. Por último señalar que la fortaleza es propiedad del ayuntamiento. Y desde allí partí para el siguiente destino: Portillo.

Dos años después de esta visita, y camino de Cuéllar (Segovia) para visitar su emblemático castillo propiedad del duque de Alburquerque, hice una parada de nuevo en Íscar, el pasado 23 de agosto de 2016, para visitar de nuevo el castillo con unos acompañantes, con la sorpresa de que el acceso el recinto estaba cerrado por lo que aproveché mi visita para fotografiar el exterior del recinto y el castillo, fotografías que incluyo más abajo, por lo que recomiendo que si interesa visitar la fortaleza se llame antes por teléfono para asegurarse que ésta es posible.


Castilla y León. Castillos y fortalezasCobos Guerra, F. y Castro Fernández, J.J. deEd. Edilesa.
Castillos de Castilla y León, Gutiérrez, J.M., Ed. Edical
Los castillos y fortalezas de Castilla y LeónMartín Jiménez, Carlos M.Ed. Ámbito.





Espolón de la torre del homenaje con el escudo de armas
de los Zúñiga y Avellaneda

domingo, 2 de marzo de 2014

Arte Urbano: Barrio de Tetuán


Me habían dicho que la Junta Municipal de Tetuán había contratado a varios artistas urbanos para decorar paredes desnudas. Había visto una, de Suso33 en Estrecho y, aunque no sin cierta crítica, se ha concedido esa partida para adecentar algo el distrito, y es que Tetuán ha sufrido una transformación importante, que ha dejado un barrio bastante impersonal con aspecto de que todo es provisional hasta que  se acaben las obras que empezaron hace ya años.

Los domingos por la mañana se cerraba al tráfico la calle Marqués de Viana, una calle de unos 500 metros de longitud que empieza en la calle Bravo Murillo y termina en el Paseo de la Dirección. Desde hacía muchos años se montaba un mercadillo popular, el Rastrillo de Tetuán. Al parecer allí se instalaron las tropas que iban a trasladarse a África para la campaña de Tetuán, para mayor gloria del general O'Donnell, lo que aprovecharon los comerciantes madrileños para vender comida, ropa y otras mercancías a los soldados, tradición que ha persistido más un siglo. A lo largo de los años en el barrio y entorno a Marqués de Viana, se instalaron tiendas de segunda mano, muebles, libros, ropa, plantas, menaje,... y hacían de la zona un lugar vivo y animado. La calle estaba diseñada desde tiempo atrás para su ampliación y poco a poco se iban derribando casas y ensanchando las aceras. Finalmente, con la expansión urbanística, se optó por trasladar de calle el mercadillo con la excusa de la seguridad puesto que iba a pasar un túnel por debajo de la calle, y se iba a remodelar el cruce del entre ésta y el Paseo de la Dirección. Se iniciaron las obras y se construyó el túnel que absorbía la mayor parte del tráfico de superficie, pero el mercadillo sigue sin retornar y, con la llegada de la crisis, se han abandonado las obras sin terminar.

No sólo ese aspecto de abandono y una calle amplísima sin tráfico que la justifique, sino que las casas que no han sido desahuciadas permanecen en medio de las aceras y las que se demolieron para ampliar las aceras se quedaron con un aspecto de podredumbre. Quizás sea esta la razón por la que la Junta Municipal y el Ayuntamiento han decidido dedicar parte del presupuesto a decorar estas paredes desnudas y dotarlas de un aspecto más estético que un simple enfoscado.

Y esto fue lo que descubrí el pasado sábado paseando por Marqués de Viana arriba, dirección a Bravo Murillo, una calle ancha, fría y desangelada en invierno, y de un calor insufrible en verano, en cuyas aceras se mantienen aún algunas casas bajas de ladrillo visto de principios del siglo pasado y algunas construcciones actuales que sobresalen, rompiendo la armonía del paisaje urbano, dotándolo de un aspecto de abandono total. Al menos nos quedan estas intervenciones de los artistas urbanos, una firmada por Boro-ndo, las otras sin firma, pero que alegran de alguna manera la disparatada vorágine urbanística de los últimos tiempos.