sábado, 22 de junio de 2013

Un fresno a orillas del Canalillo

 El Cerro de los Locos está en el parque de la Dehesa de la Villa, en Madrid. Es una lengua de tierra que forma un codo en el camino del Canalillo y se eleva unos cinco metros sobre él. Desde allí hay unas vistas impresionantes, desde Moncloa hasta las últimas estribaciones de Guadarrama y El Escorial hasta Somosierra. Este codo de tierra está rodeado por el Canalillo, un ramal del Canal de Isabel II que se ha techado para hacer un paseo sobre él. A ambos lados del canal quedan restos de los árboles de ribera, sobre todo fresnos. Entre el Canalillo y el Cerro aún hay vestigios de las trincheras de la guerra civil; de hecho el Canalillo formaba parte de la tercera la línea de defensa de Madrid y desde allí se cruzaba fuego de artillería con la Casa de Campo, desde donde respondían las tropas franquistas. Si bajas por las escaleras  te das de narices con el Instituto Meteorológico, donde ponen y quitan nubes, colocan rayos, soles y borrascas; llegas a la Ciudad Universitaria, cruzas el Manzanares, atraviesas la Casa de Campo y te plantas en Toledo.



Una mañana me quedé mirando las escaleras que subían hasta el Cerro. Tuve la sensación de que faltaba algo. Pasé de largo y a la vuelta, media hora después, tuve la misma sensación. Notaba un vacío, un exceso de luz, quizás. Subí las escaleras y seguí sin ver nada extrañó. Será, pensé, esas raras percepciones que tenemos de vez en cuando y no sabemos qué son. Decidí bajar de nuevo y retomar el paseo. Fue entonces cuando lo vi, mejor dicho, cuando no lo vi. No vi el nido del picapinos, el nido donde esa primavera habían criado las ardillas, no vi el fresno que se debatía entre la vida, con unos botones verdes y escasas hojas, y la muerte de unas ramas secas y renegrecidas por las heladas, porque ya no estaba allí. Habían cortado el fresno del talud, a un metro escaso del Canalillo. Aún quedaba un poco de serrín pegado a los peldaños.

- Hombre, Tomás, ¡cómo habéis cortado el fresno!
- Era un peligro, estaba muerto.
- No estaba muerto, tenía ramas verdes.
- Estaba carcomido y  corría peligro de caerse, ¿sabes lo que pude pasar si le cae un árbol de 1500 kilos a una persona?

Angelo (se pronuncia Anllelo) tiene un pequeño teatrillo de guiñol, es asiduo al Cerro de los Locos... Bueno, el Cerro de los Locos es un lugar muy singular. Allí se reúnen un grupo de personas que plantan, riegan y cuidan los árboles, hay un solarium donde toman el sol en bañador en cualquier época del año. No es moda, están allí desde principios del siglo pasado, gimnastas, boxeadores, gente del barrio; estaban con la República, con Franco y sin Franco.  Pues en esto estaba Angelo en bañador y me enseñó aquel fresno: "hace tres años le cayó un rayo y lo partió casi por la mitad, hasta ahí -señaló el tronco a unos dos metros de altura-. Este año ha hecho nido el pitorreal", me dijo señalando en la rama principal, seca, un agujero perfecto que se camuflaba un poco entre otras ramas con pocas hojas. Recuerdo que al año siguiente, cuando crió allí una ardilla, era divertidísimo ver las crías asomar las orejas por el agujero. Bueno, esto no lo sabía Tomás, además, irle con estos problemas a Tomás era enfermarlo un poco, porque cada árbol es un trozo de él mismo.

-La semana pasada se cayó un pino -me dijo mirando la pantalla de su ordenador buscando una fotografía. -Tomás guarda un archivo fotográfico de todo lo que ocurre en el parque-.
-Lo sé, lo he visto. Ya le hice fotos. Una pena, era de los grandes, de los viejos.
-115 años le conté por los anillos.
-Debía ser de la plantación de 1890, de los pocos que quedan.

Antes de 1890 la Dehesa de la Villa no tenía prácticamente un solo árbol. Había sido campo de prácticas de caballería y artillería durante muchos años. En esa fecha se hizo una plantación masiva de pinos. Durante la guerra civil volvió a quedar arrasada, pero quedarían unos cuantos ejemplares que ahora tienen un tronco formidable y, poco a poco, se van cayendo los días de viento, de nieve o porque algunos, que enterraron a medio tronco, se pudren.

Los fresnos que quedan a lo largo del Canalillo tienen la mayoría el tronco deteriorado, medio podrido y casi hueco, pero perviven porque seguro que el agua que aún corre debajo del paseo los mantiene alimentados. Algunos, los más frondosos, sirven de nido a los pájaros, otros, los ejemplares más jóvenes, parecen aprendices de árbol, lustrosos y delgados que aún esperan la oportunidad para ser el soporte de otras vidas.